Al sur de Santa Cruz, el camino es peligroso.
Los dioses de piedra, dioses de muerte, yacen en cada recodo. Nosotros recorremos la ruta con tanta prisa como calma. No hay que darles la ventaja de mostrar miedo. Ya hemos visto numerosas rarezas, algunas vivas y otras muertas, pero esta nos hiela un poco el espinazo. Porque entre todos los matices de gris habidos y por haber, y como nadando entre la inmensa soledad de la nada patagonica, nos asustan cada tantos kilometros estos antiguos y despiadados dioses, dioses que harian palidecer a un sacerdote azteca.
¿pero que son, de que constan? Ahi esta todo su secreto y su misterio. Son solo piedras, piedras apliadas. Terribles, puntiagudas, corroidas piedras alineadas como columnas, de tres en tres y de cuatro en cuatro, como esfinges que nos lanzan la saeta envenenada de un enigma mortal. Sus voces son el viento, sus ojos el sol abrazador. Proyectan horribles sombras, movedizas e inhumanas, rapidas como el latigo y peligrosas como garras. Hay que cuidarse de no mirarlas, pero tambien de no perderlas de vista.
En la comodidad del auto, que casi vuela a 160 kmh, nos sentimos falsamente seguros. Creemos poder escapar de un momento a otro de sus terribles e invisibles tentaculos. Absurda fantasia y tonto autoengaño: cada tanto, un auto oxidado y corroido al costado de la ruta nos devuelve a la realidad, a la salvadora sensacion de peligro, que tanto ha hecho por la humanidad. Los dioses mueren, pero tambien resucitan.
Nos soplan el viento mortal, comandan legiones de piedras que nos cierran el camino, carcomen el asfalto hasta volverlo vil ripio, reducen la vegetacion a la nada, arteramente disminuyen la nafta del auto, llenan el alma de desasosiego, explotan cruelmente cualquier remordimiento, aumentan sin cesar la fatiga, recurren a pesadillas y a todo tipo de ataque psicologico. Incluso son capaces de enviar animales o de provocar derrumbes, si no se les tiene el debido respeto.
Al doblar una curva, vemos a uno particularmente tetrico, que se alza en la cima de una gran piedra. Desde este trono, domina la curva, controla esta parte del camino. Su sombra asesina nos cubre por un instante, y todos sentimos un panico que se asemeja al panico de la noche o a la sensacion de tener un puñal en la espalda. sus ojos sin ojos son terribles. Los angulos de las piedras (este son tres piedras enormes, una encima de la otra) le dan el aspecto de un horrible ciempies. Entre todos le rogamos que nos deje pasar, puesto que amaga a lanzarse sobre nosotros. Pero a ultimo momento se compadece y solo sentimos un golpe de viento en el costado del auto.
Aunque quedan varios Kilometros de esto, tenemos confianza. No por nada hemos llegado hasta aqui. Sin ser presumido, puedo asegurar que somos bastante fuertes. Ya en mendoza hemos visto entidades de la montaña, y las oscuras deidades bancarias de Buenos Aires pueden llegar a ser, tambien, temibles a su modo. Asi que pisamos el acelerador y mantenemos la vista al frente. Un mar en calma nunca hace expertos marineros.
Pese a todo, no les tenemos rencor. Sabemos que estas Erineas sudamericanas estan ahi por una buena razon. Sabemos que custodian secretos, que protegen pueblos enteros de la codicia del occidental, que asustan mas de lo que aprietan, y aprietan mas de lo que ahorcan. Sabemos que son una prueba, un aprendizaje, un escalon mas, tan necesario en el camino como cualquiero otra de las maravillas que nos esperan. Sabemos que resguardan tesoros: lagos virgenes, ciudades doradas, bosques mitologicos. Somos realistas: sabemos que un filtro es necesario, que cualquiera no puede ni debe llegar, que todos los candidatos deben ser probados. Por eso rendimos nuestro tributo y les realizamos las pertinentes ofrendas, todo nuestro respeto a los dioses de piedra y muerte.
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