29 may 2017

Dos botellas de cerveza vacias refulgen bajo la sucia luz de la bombilla electrica. El zumbido, frio y hosco, asemeja a un frio reptil. Es siempre el mismo. Un ruido molesto y casi imperceptible, por ello mismo penetrante. Siempre el mismo. Y tambien las botellas, las mismas. Y yo mismo, y las polvorientas cortinas, el silencio. Este cuarto es todos los cuartos.
Es mi pieza de pendejo, alla en Florida, la pieza de mis hermanos. Es la oscura pieza de la Necochea Adolescente, con sus postigos de madera y su oscuridad de caverna. Es la dostoievskiana pieza de paredes azules, triste y fria, sobre la calle San Martin, con sus ventiladores de la posguerra. Es tambien el colchon metafisico en la vieja disposicion de la casa de Joaquin; Es mi pieza de Chivilcoy, con sus paredes blancas repletas de dragones y otros seres fantasticos, y tambien es todas las piezas de hotel en las que estuve antes y despues.
Siempre llevo conmigo el desierto que me habita.
Y donde sea que este, estoy en el desierto.
Al desierto no se lo combate mas que hablandolo, esto o algo parecido dijo el viejo Freud.
Por eso es que este cuarto es exactamente aquel de Balvanera, en donde Celeste y yo ibamos tan a menudo a perder el tiempo y a ganar dolores de cabeza. Y la calle es, de nuevo, esa larga sombra, es universo en formacion donde solo un botellazo o una sirena intentaban, siempre infructuosamente, deteneter la cosmogonia que nosotros urdiamos como una cancion.
Por eso estos cuartos sombrios son siempre, fatalmente, la musaraña fantasmal que dibujan ahora mismo las sombras del pelo de Celeste dormida sobre la blanca y mullida cama.
Y entonces tambien son las manchas violetas que a la ultima hora de la madrugada venian siempre a bailar alucinadas con mis ojos de coyote. Y por supuesto son las tardes de peregrinajes, de cacerias de simbolos y de rutas pretenciosamente misteriosas. Luego es la mejilla de Celeste contra mi hombro, desnuda o vestida (en el fondo es lo mismo), en el suelo o en un banco de parque Centenario, contra el frio viento y las hojas de otoño como murcielagos.
No se puede cambiar de cuarto si uno lleva el cuarto adonde sea que se aloje, sea Santiago o Potosi.

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