28 may 2017

Todos huiamos de algo. Llevabamos mochilas, no estabamos cansados. Hacia dias que no dormiamos. Tal vez escapabamos del sueño, de sus terribles revelaciones. Tal vez de la realidad. Solo se puede escapar de la realidad si escapamos del sueño, y viceversa. De algun modo, no dormir era vivir soñando, o al menos vivir con sueño.
Y estaban las mochilas, como recordatorios o anclas. Siempre las mochilas. Pesadas, polvorientas, coloridas, hermosas u horribles, las mochilas. Caracol caracol, la casita en la espalda y las antenitas al sol. Sol y viento, y despedidas. Y tambien terminales, frias y roñosas terminales de micros, lugares de paso, de pura fugacidad, codos o cuplas de la existencia en donde ni el tiempo ni el espacio transcurren realmente. La gente no vive en las terminales. En una terminal siempre empieza o acaba algo. Pero nosotros persistiamos con el insomnio y las mochilas, con esa existencia pasajera que consistia en saltar sin parar de un micro a otro, de una incomodidad a otra, de una terminal a otra, subsistiendo a base de mate y de oscuras constelaciones.
Naturalmente, no ibamos a ningun sitio. Solo buscabamos darle a nuestro vagar algun bagaje metafisico, algun trasfondo mistico. Estabamos hartos de la arena. Metiamos la mano hasta el fondo, con desesperacion, ansiando sentir el frio fondo de piedra o laca. Pero nada. Nunca habia nada. Nada o mas arena. Y entonces no era ahi. No era ahi ni en ese entonces, y entonces habia que saltar nuevamente, colgarse del pasamanos o levantar el pulgar, banderola, oh banderola, carrilon, volar volar volar hacia otra latitud, hacia otro uso horario si era posible, hunos o mongoles, la horda indigente recorriendo de sur a norte y de norte a sur, siguiendo el mar o la cordillera, la brujula o la intuicion.
Todos huiamos de algo. Llevabamos mochilas, no estabamos cansados. O si. Si estabamos. Yo por ejemplo, estaba cansado de mi ciudad. Cansado de los relojes. Cansado de no estar suficientemente cansado.
El paisa estaba cansado de su familia, de la de Buenos Aires. Extrañaba a la otra, a la de Lima. Iba de un punto a otro.
El aborigen, que en ese momento roncaba ocupando dos asientos del micro... ¿quien sabe? El aborigen era un misterio. Era un animal, un vendedor de seguros, un operario de taller mecanico, un mago de todos por dos pesos, o tal vez dios. Dios o un borracho, dependiendo la hora del dia.
Kevin huia de varias cosas. De su padre de clase alta, en primer lugar. Como yo, tambien de Buenos Aires, sobre todo de San Isidro. Luego de si mismo, aunque todos huiamos un poco de nuestra sombra. En tercer lugar, huia de la mafia colombiana. En quinto, de una chica venezolana que lo perseguia como una furiosa Erinea. Por ultimo lugar, de ciertas fases de la luna.
Daniela era la unica diferente. No solo era mujer, sino que tambien era joven. Era la unica realmente joven, como un sol que sale o un pajarillo. Y no huia. No huia de nada. Simplemente iba a unas jornadas educativas en Cochabamba, y su vuelo era como la luz de la mañana.
Yo no sabia si buscaba o huia, porque toda busqueda es una huida y toda huida es una busqueda. Yo ya hace tiempo sabia que mis acciones solo tomaban sentido cuando constituian algun tipo de protesta.
La existencia rodante era casi una no existencia, toda una pantomima de cerrar los ojos, de frenar el viaje de las cartas, era un detener momentaneamente los engranajes.

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