14 mar 2019

A Tambor cerrado.

Fueron llegando uno a uno, a intervalos de diez o quince minutos. Se habían citado a la hora exacta, pero sabían que ninguno llegaría a tiempo. Aunque todos concurrían al evento por propia voluntad, era como si de algún modo quisieran retrasarlo. Tal vez pensaran aquello de primero en llegar, primero en irse. Y, sin embargo, por fuerza uno tenía que llegar primero que el resto. A medida que iban llegando se internaban por un marco sin puerta que daba a unas escalinatas.

Una vez que estuvieron los seis, alguien le puso llave a la puerta. No es que realmente creyesen que alguno pudiese escaparse antes del evento, pero de todos modos había que asegurarse. Entonces varios se reconocieron. Había cinco de la partida anterior. El sexto era un sujeto de esos que suelen pasar desapercibidos.
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Los cinco sabían que estaban en el mismo sótano de la última vez. Para el sexto solo era un sótano en el que nunca había estado. Los otros ya conocían las paredes de piedra, cargadas de humedad, el piso de tosca madera de pino, las sillas destartaladas contra las paredes y, justo en el centro, un enorme carretel de madera que volteado operaba como única mesa. La habitación era iluminada por una luz fría proveniente desde varios puntos con faroles de gas.

Cambiaron entre ellos los saludos de cortesía y las miradas vacías que eran tradicionales en las partidas, mas para matar el silencio y la incomodidad que para conocer o empezar una relación con el otro. Nadie miraba nunca nada con detenimiento. Entre ellos todo era oblicuo, indirecto, disimulado como en una partida de naipes. Y si bien el aura del lugar no era lo que se dice triste, lo cierto es que había demasiado en juego como para que alguno se animase a algo más que una vaga sonrisa.

Y así como no mirarse a los ojos era una regla no escrita, estaba también terminantemente prohibido dar sus señas o sus apellidos, o siquiera sus nombres de pila. Si no concurrían enmascarados era porque tradicionalmente se jugaba siempre a cara descubierta. Cuestión de confianza. Nadie iba a jugarse la vida con un enmascarado que fuese ser un agente de policía o un soplón potencial. Dar la cara era como demostrar que uno jugaba no para terceros o cuartos, sino para sí mismo. ¿había habido ya casos de infiltrados en las partidas? Claramente que los hubo. También casos de escapes. Estos últimos ocurrían cuando se jugaba a tambor cerrado y pasaban más de tres turnos sin desenlace. Entonces aquellos que no sabían perder por lo general alegaban todo tipo de pretextos para no seguir adelante y, en caso de no convencer al resto (cosa que siempre ocurría) intentaban directamente salir por la fuerza de la habitación. Los infiltrados eran incluso peores. Si se los descubría eran automáticamente liquidados.

Por esto es que en los últimos tiempos se habían extremado las medidas de seguridad. Por ejemplo, aunque estaba prohibido que los jugadores se conocieran entre si (podía haber trampas y hasta molestas ejecuciones, eso también había ocurrido) el organizador solía tener (bien guardados) los datos de todos los que alguna vez habían participado en una partida. La deserción o cualquier irregularidad (ir armado, hacerse seguir hasta el recinto, delaciones a autoridades, revelación de detalles a terceros) era severamente castigada por el organizador. Todos los jugadores expertos daban por descontado que, aunque los organizadores se presentaban a sí mismos como emprendedores particulares estaban en realidad asociados en una oscura red sindical que a su vez fichaba dentro de la gran estructura del crimen organizado. De otro modo la ruleta no hubiera seguido existiendo. Y menos aun hubiera llegado al grado de organización que tiene hoy en día. Algunos creen que la ruleta tiene incluso protectores y hasta aficionados en las más altas esferas de la justicia. Después de todo, cualquier negocio de alta rentabilidad (sobre todo los ilegales) nunca tarda en desarrollar toda una infraestructura, en su gran parte secreta y tan ilegal como la actividad misma, que garantice su cómodo funcionamiento. Lo único que podía acabar con la ruleta, paradójicamente, era la falta de jugadores, que era precisamente lo que había de sobra y en continua renovación.


Por estas razones ninguno de los cinco pensó siquiera en mencionarle al sexto que ellos ya se habían visto en la partida anterior. Después de todo, ellos mismos estaban sorprendidos. Era raro ver repitientes en la ruleta. Por lo general la gente que sale bien librada no repite la experiencia. ¿fue tal vez la perspicacia del organizador? ¿habría visto en ellos una valentía, un arrojo fuera de lo común? ¿o simplemente había sido el destino, ese falso remedo de la suerte, el que los había juntado nuevamente? También era rara la repetición del sótano. Normalmente se solía cambiar la locación de una partida a otra. Esto era así por razones obvias, pero también por motivos de superchería que los organizadores tenían el buen tino de respetar.

El mismo tipo que había cerrado la puerta, un rubio alto y desgreñado que en la partida anterior había sorprendido por su aplomo, pregunto en voz fuerte y clara la contraseña. Esta era una de las más recientes medidas de seguridad. Con motivo de comprobar la identidad de cada jugador sin revelarla, el organizador les hacía llegar, apenas unas horas antes de la partida, una contraseña.

Cada cual tenía una contraseña diferente:

- Paupalankatama - Dijo el sexto.
- La Cena está servida - dijo uno que era bajito y calvo.
- There's a Angel Standing in the sun - dijo el rubio desgreñado.
- Espiritismo - dijo sencillamente el cuarto, que era un señor ojeroso y pálido.
- 2 de Abril por la mañana - dijo el quinto, que en realidad era la quinta y una de las dos mujeres que había.
- Re-re-re-re... reinventa o dese-dese-desecha - dijo la otra chica, que al parecer era tartamuda o estaba demasiado nerviosa.

La ruleta, como todo juego en el que se apuesta, tenia numerosas variaciones en sus reglas y formas. Podía jugarse con una bala, con dos, con tres y hasta con cuatro. Lógicamente, a mayor cantidad de balas mayor era la probabilidad de muerte, y mayor la cantidad de dinero mínimo para entrar. Tanto es así que solo un industrial de tamaño considerable podría permitirse participar en una partida con tres balas. Con cuatro balas se hicieron contadas pero legendarias partidas en donde participaron poderosos elementos de la sociedad.

Una variación importante era si se jugaba al estilo circular o al estilo Mosquetero. En la variante "Mosquetera" o "Fusilamiento", un grupo de apostadores iba contra el que disparaba. Si el ruletista se volaba la tapa de los sesos, entonces el organizador, que era siempre su padrino y albacea, debía pagarle a cada apostador cuatro o cinco veces más de lo apostado. En cambio, si luego de jalar el gatillo la bala no salía, el organizador se quedaba con todo. De este todo debía pagar tanto al ruletista, que solía llevarse entre el 20 y el 30 por ciento, como el alquiler del lugar, los sobornos, la seguridad, la comida y la bebida si es que la había, y diversos gastos extra. Algunos organizadores, sobre todo los que tenían deudas enormes, eran muchas veces organizadores y ruletistas a un tiempo. Dado que la cantidad de balas en el revolver aumentaba siempre el riesgo de paga para el organizador, estos exigían apuestas enormes para tomar el riesgo de organizar las partidas. Lo particular de la Mosquetera era estaba más focalizada en las apuestas y en la emoción del morbo voyerista de la lluvia de masa encefálica y huesos que en el riesgo en si mismo. Aquí había una clara diferencia entre los apostadores, casi siempre burgueses aburridos y en busca de emociones fuertes pero seguras, y el ruletista, que era el que realmente estaba en el filo. Los apostadores apostaban su dinero contra el ruletista, que apostaba su vida. Era Valor contra riqueza, desesperación contra aburrimiento.

En la variante circular la cosa era muy diferente. Aquí todos los participantes eran a un mismo tiempo apostadores y ruletistas, por lo que la emoción del juego era máxima. Uno no solo apostaba el dinero, sino que también la vida. La emoción, al igual que las apuestas, solían ser mucho mayores en este estilo. El arma se disparaba una vez por persona. Se introducía la bala en uno de los orificios y luego se hacía girar el tambor. Se cerraba el arma con un movimiento rápido mientras el tambor aun giraba como en una ruleta. Así se aseguraba que la bala quedase alojada de forma segura pero indefinida en uno de los seis agujeros del tambor. Luego, por sorteo o alguna otra forma, se decidía el orden en el que cada jugador iba a gatillar el arma sobre su sien.
Esta variante circular podía ser abierta o cerrada. En la cerrada, que era la más común, cada uno disparaba una vez. Si la bala no salía en esa ronda, el juego acababa. En este caso el organizador tenía que pagar un monto idéntico al que ponía cualquier participante para ingresar, y este monto se dividía entre los seis. Era un caso de "paga la banca" muy poco usual. En la variante "abierta" de la circular, si la bala no salía en la primera ronda, esta volvía a empezar hasta que la bala saliese. Esta versión también era conocida como "muerte súbita" o "danza macabra". Algunos ex jugadores de los viejos tiempos, todos borrachos perdidos, narraban épicas danzas macabras en donde se habían oído veinticinco o treinta martillazos hasta la mortal detonación.
La variante circular cerrada tenia, a su vez, una variación. Las circulares cerradas normales, cada jugador hacia girar el tambor antes de dispararse. Con esto, teniendo en cuanta que un revolver clásico tiene seis orificios, estadísticamente cada jugador tenía un 20% de probabilidades de matarse si se jugaba con una sola bala, 40% si se jugaba con dos, 60% si se jugaba con tres. Probabilidades de supervivencia de 80-20 eran bastante bien vistas por los jugadores. Muchos de ellos bromeaban diciendo que era más seguro ganarse la vida a la ruleta que trabajando en el centro de Londres o Paris, donde los robos y asesinatos estaban siempre a la orden del día. Cuando la circular era abierta, la estadística demostraba que la probabilidad aumentaba por cada ronda que pasaba pero, haciendo siempre girar el tambor antes del disparo, siempre había un ochenta por ciento hipotético de salir con vida.

- Se juega a tambor cerrado, dijo el rubio. Y era cierto. Habían recibido la noticia de parte del organizador. "Tambor cerrado" era sin dudas la nueva moda entre los ruletistas "de vanguardia". Era también un paroxismo de la locura humana. En esta variante de la circular, el tambor se giraba solamente una vez, al principio. Luego cada participante tenía que disparar el arma. A medida que iba girando el tambor, las posibilidades aumentaban de la siguiente manera:

El primero tenía un 20% de probabilidades de descerrajarse la tapa de los sesos.
El segundo tenía un 25% de probabilidades
El tercero de un 25 a un 30%
El cuarto por encima del 30%
Al quinto, si le llegaba el turno, solo que solo le quedaban dos orificios y, en uno de esos dos, estaba la bala, por lo cual tenía idénticas posibilidades de salvarse como de morir.
El sexto era al mismo tiempo el más afortunado y el menos afortunado de todos. Porque si bien era cierto que las probabilidades de que el disparo no saliera en los primeros cinco gatillazos era muy baja, también era cierto que si no salía él estaba condenado a una muerte estadísticamente implacable.

- ¿algún problema con tambor cerrado? - volvió a preguntar el rubio. Su voz tenía un tono monocorde, desprovista de inflexiones. Nadie había dicho nada la primera vez que lo pregunto. Nadie dijo nada esta vez. Jugar a tambor cerrado exigía apuestas altísimas y daba también una mayor ganancia. Por lo general se apostaba prácticamente todo lo que se poseía: terrenos, bienes, esclavos, títulos. Los bienes del muerto se repartían a partes iguales entre los cinco sobrevivientes. Como nadie espera realmente morir por mas que se juegue la vida, nadie tenía reparos en hacer apuestas tan elevadas. Al fin y al cabo, perder la apuesta era perder la vida y los bienes poco sirven cuando uno no tiene un cerebro intacto para disfrutarlos.

El rubio, que era al parecer el que llevaba la voz cantante, puso cara satisfacción. El había llevado el papel de mediador en la partida anterior y parecía que también lo iba a llevar en esta. Declaro complacido que efectivamente estaban de acuerdo todos presentes y que iban a comenzar. Todos asintieron. Entonces el rubio hizo un gesto de abanico señalando a la mesa de carretel. Los presentes vieron entonces lo que ya sabían que estaba allí. Sobre la mesa había dos cajas. La primera era una caja de madera grasienta del tamaño de un cuaderno. La segunda, una pequeña caja de cartón, del tamaño de un puño.

- ¿Alguien quiere revisar primero? - pregunto el rubio. Hubo un pequeño silencio.
- Yo - dijo una de las chicas. Era la que tenia anteojos y trenzas. Esta vez no tartamudeo. El rubio le paso la caja. La chica la abrió y tomo el revolver con ambas manos. Lo sopeso unos segundos. Le sorprendió lo pesado que era. También lo aceitado que estaba. Abrió el tambor y miro con cuidado por cada uno de los agujeros. Luego le paso el arma al rubio. Este la examino más a rápidamente. Abrió y cerro el tambor. Luego lo retiro del eje y lo tanteo con los dedos con ademanes precisos. Uno a uno fueron examinando el arma. Todos se mostraron conformes con su estado.

- Ahora las balas - dijo el rubio.
- Examinemos una sola - dijo uno de los hombres. Era un señor de edad. Había permanecido casi en el fondo de la habitación. Tenía un aspecto sombrío y enfermizo. - Alcanza con una.
- ¿Todos están de acuerdo? - pregunto el rubio. Todos lo estuvieron, y la bala fue pasando entre las manos aceitosas por el contacto con el arma. Al sexto le asombro lo frio que estaba el proyectil. El resto, que ya habían examinado balas en partidas anteriores, ya estaban acostumbrados a esa diferencia de temperatura. A consideración general, la bala parecía estar bien.

- ¿Algún voluntario para cargar el arma? - pregunto el rubio. Casi nadie respondió. Pero el señor de aspecto enfermizo había visto la precisión y rapidez con la cual el rubio había manipulado el arma. Si bien no sospechaba alguna intención oculta, le generaba cierta desconfianza que terminara cargándola. Era una desconfianza similar a la que se podría sentir en un casino de un Croupier demasiado hábil.

- Yo lo hago - Dijo el señor sombrío.
- No estoy de acuerdo con que lo haga el - dijo la chica de las gafas. Sabía que el señor había sobrevivido al encuentro anterior. La seguridad con la que había gatillado en aquella partida le había parecido primero admirable, pero ahora que quería cargar el arma comenzó también a parecerle sospechoso.
- Parece que tenemos un problema - dijo el Rubio. - Podría cargarla yo si les parece...
- No lo tome a mal caballero, pero tampoco me sentiría seguro si usted la carga - le dijo el señor sombrío. - Si le parece, podría cargarla el.- dijo señalando al sexto. Este se asombro ante la propuesta. Tardo algunos segundos en contestar.
- Seria la primera vez que toco un arma en mi vida, pero por mí no hay problema siempre y cuando me expliquen cómo hacerlo -. Todos estuvieron de acuerdo en esa solución. El rubio entonces procedió a enseñarle el procedimiento. Le mostro, haciéndolo el mismo, la forma de abrir el tambor. Luego inserto la bala en uno de los agujeros. La mano hizo girar el tambor sobre el eje correctamente engrasado. El giro del tambor hacia un ruido crocante y fino. Sonaba como el canto de algún insecto, como si en uno de los orificios hubiese un grillo metálico y no una bala.

- Mientras aun gira se hace esto - dijo el rubio, y dando un rápido empujón con la palma cerro el tambor. - Es importante hacerlo rápido, mientras el tambor aun gira rápidamente. Si puede, hágalo mirando para otro lado. Como sabrá es importantísimo que nadie pueda intuir la ubicación de la bala.

- Entendido - dijo el sexto.

- De todos modos, no se presione - dijo la chica de anteojos - Cualquiera puede pedir abarajar de vuelta si sospecha algo raro. Incluso usted. El sexto se tranquilizo un poco al saber que la responsabilidad era compartida. Procedió entonces a imitar lo mejor posible los movimientos del rubio. Abrió el tambor y le dio un par de giros antes de meter la bala. Encajo la bala. Le sorprendió lo pulidas que estaban las paredes del orificio. La bala entraba en el cilindro con una justeza maravillosa. Nunca había pensado en lo terrible que era la inteligencia humana, que podía aplicarse con demoniaca perfección para casi cualquier objetivo. Le dio un empujón al tambor y este comenzó a girar. El cri cri metálico se oía en completo silencio. El sexto sintió seis pares de ojos, los suyos incluidos, enfocados fijamente en el giro del tambor. Luego hizo el giro de la mano y el tambor se cerró. Estaba cerrado. Había una muerte y era para alguno de ellos.

La chica de las gafas fue completamente consciente de esto. Era como si el aire se fuese agotando poco a poco. Llegado un momento, se agotaría completamente y uno de ellos moriría. Eso era fatal e impostergable. Solamente les restaba saber cuál de ellos seria.

El hombrecillo calvo no pensó en eso ni en ninguna otra cosa. Su filosofía era hacer el mayor esfuerzo posible para no pensar en nada. El sexto estaba demasiado concentrado en el revólver, que ahora había quedado apoyado peligrosamente en el centro de la mesa-carretel. El rubio tenía una completa confianza en que sobreviviría a la ronda, por lo cual, si bien pensaba en la muerte la concebía enteramente como algo que le ocurriría a otro, a alguno de los demás.

El señor de aspecto enfermizo estaba acostumbrado a pensar en la muerte. En su última visita al doctor, hacia algo de dos meses, este le había dicho que su dolencia no tenia mas cura que una paciente espera de la muerte. Desde entonces se había dedicado a pensar en su esposa y sus hijas, a las cuales quería dejarles la mayor cantidad de dinero posible. En lo único que pensaba era en que, si muriese ahora, las pobrecitas quedarían en la ruina.

La otra chica estaba demasiado asustada para pensar.

- Señores, Señoritas. Solamente nos queda decidir el orden. Para lo cual espero que todos hayan traído su dado. Evidentemente, los habían traído. Cuando todos asintieron el rubio fue hasta la puerta y le dio unos golpecitos. La puerta se abrió desde afuera y entro en la habitación un sujeto de aspecto peligroso. El sujeto vestía de manera desprolija y sus ropas eran las típicas del borracho perpetuo o del jugador empedernido. Con actitud altanera el sujeto se acerco a la mesa y sin mirar a nadie se dirigió a todos.

- Pongan los dados sobre la mesa - les ordeno. De manera inconsciente todos miraron al rubio.
- El caballero va a revisar la integridad de los dados - les explico - Como se imaginarán tenemos que descargar la posibilidad de que haya algún dado cargado. Por supuesto, no creo que ninguno de nosotros sea tan estúpido... pero uno nunca sabe, ¿no?
- Claro - dijo el hombre calvo tirando su dado sobre la mesa - uno nunca sabe.
- mejor prevenir que lamentar - dijo la chica de anteojos, y dejo su dado. El resto entrego su dado sin decir una palabra. Entonces el sujeto fue examinando los dados uno a uno. Los paso, con gran agilidad, de un dedo a otro. Varios los arrojo al aire y los atrapo como si fuese un gato jugando con su presa. Algunos los tiro sobre la mesa y vigilo como rebotaban. Luego, como última prueba, mordió cada dado de manera extraña. Hizo un gesto que no se sabía si era de aprobación o de desprecio, y escupió al piso.

- Todos buenos - dictamino, y sin siquiera despedirse con un gesto salió por la puerta de la habitación, la cual volvió a cerrar. El rubio, que había recibido todas las instrucciones por parte del organizador, procedió a explicarles como sortearían, usando los dados, el orden en que se dispararía.

- Cada uno tira el dado. Solamente una vez. Podemos tirar todos a la vez o tirar de a uno. El organizador recomienda, y yo lo apoyo, que tiremos de a uno. Si tiramos todos juntos los dados pueden mezclarse o chocarse entre sí, lo cual trae siempre disputas y pedidos de volver a tirar. Estimados, hay que evitar esto a toda costa. Si empezamos a pedir relanzamientos podríamos estar todo el día. Solamente puede haber una tirada. ¿están de acuerdo en tirar de a uno?

- Yo estoy de acuerdo - dijo el sexto.
- Si ningún dado está cargado, no hay problema en quien tira primero y quien último, será cuestión de suerte - el hombrecillo calvo.
- A mi me da lo mismo tirar ultimo - dijo el señor de aspecto enfermizo.
El resto no dijo nada.

- Si les parece, podemos tirar en el orden en que estamos ubicados ahora, de derecha a izquierda. Primero tiraría yo y luego en ese orden. Ultimo tiraría el caballero que dijo que no tiene problemas en hacerlo. ¿les parece bien? -. A todos les pareció bien. - Una vez que tiramos, el que saca el numero más alto será el ultimo. Si hay empate entre dos o tres, estos dos o tres vuelven a tirar para desempatar. Si hay empate entre dos de tres, vuelven a desempatar hasta quedar escalonados. De ese empate de tres quedaran el sexto, el quinto y el cuarto. Si hay empate entre otros números, también deberán desempatar hasta que todos quedemos escalonados. ¿entienden? -. En este punto hubo varias preguntas y respuestas, pero al cabo de unos minutos a todos les quedo claro. Entonces empezaron a tirar.

El rubio tiro primero, tal como habían convenido. Su dado era un dado de marfil autentico de tamaño estándar. Saco un 3. Luego tiro el sexto. tenía un dado común y corriente, de esos que podían verse en las timbas. También saco un 3. El hombrecillo calvo, que tenía un dado de vidrio pulido, algo gastado en las puntas, saco un 6. La chica de gafas saco un 1. Palideció y tuvo que sentarse. La otra chica, que estaba mortalmente aterrada, pareció perder una ínfima parte de su terror ante el uno de su compañera. Saco un 6 y reprimió una sonrisa por mera superchería. El señor de aspecto enfermizo tiro con su dado de madera y saco un 2. Se encogió de hombros.

Como había dos empates había que desempatar. El primer desempate fue entre el rubio y el sexto. El rubio saco un 1 y el sexto un 6. En el desempate entre el calvo y la chica aterrada dio un 2 para el calvo y un 3 para la afortunada chica. El orden quedo como sigue: Chica de gafas, señor pálido y ojeroso, el sexto, el rubio, el hombre calvo, la chica asustada.

El rubio tomo el arma y se la tendió a la chica de gafas. Esta la tomo con ambas manos y volvió a sentarse. temblaba ligeramente.

- Cuando quieras, podes tomarte tu tiempo - dijo el rubio con una voz que translucía algo de compasión. Sorpresivamente, la chica se quito las gafas, se puso de pie e instantáneamente apretó el gatillo. Por un segundo creyó estar muerta. Era sabido que el suicida nunca llega a oír la detonación que precede al proyectil que lo aniquila. Por un segundo, tuvo la sensación de que absolutamente todo, desde la visión de la habitación hasta el peso del arma en su mano, era una mera ilusión. Solo el miedo que sentía, ahora convertido en feroz alegría, la convenció de que seguía viva. Aun temblando, dejo el arma sobre la mesa.

El rostro de los presentes se ensombreció. Era el turno del señor de aspecto enfermizo. Este tomo el revolver por la culata e inmediatamente volvió a dejarlo. Mirándose de arriba abajo, se aliso la ropa y se acomodo la camisa y el saco que llevaba encima. Volvió a tomar el arma y pareció meditar algo.

- En el bolsillo de mi saco tengo una carta. Esta carta tiene en el sobre las instrucciones de lo que sería mi última voluntad. Si los favorezco con mi muerte, les pido como un amigo que le hagan llegar esta carta al organizador. ¿de acuerdo?

Todos le aseguraron que en caso necesario se encargarían de ejecutar el mandato. Entonces el señor se coloco el arma en la sien y, suspirando, apretó el gatillo. El cric del martillo golpeando contra el orificio vacío del tambor resonó en los oídos de todos. Para el señor de aspecto enfermizo fue el sonido más hermoso del mundo. Sonrió de manera apocada al mismo tiempo que suspiraba. Dos o tres mas de estos golpes de suerte y podía morirse tranquilo.

- Sera la próxima - dijo pasándole el arma al sexto.

Para el sexto todo era una pesadilla. Había perdido su hacienda apostando y la ruleta fue la única solución que había encontrado para sus problemas. Pero ¿no valía la vida más que una casa y algunos bienes? Ciertamente. Pero, ¿valía tanto la vida como para vivir el resto de sus años como un pordiosero, sufriendo mil penurias? Ciertamente no. La vida era para él un amante ocasional. La amaba pero no lo suficiente como para sacrificarse por ella. Si se le volvía tediosa, la dejaría sin dudarlo. Esta reflexión lo asistió en juntar el valor necesario. Apretó el gatillo y la bala no salió. El sexto se sintió inundado al mismo tiempo por una enorme felicidad y por un gran cansancio. Sentía volver sus bienes y las pequeñas comodidades que disfrutaba. También volvieron, por desgracia, el largo pasillo de los aburridos días que le quedaban por vivir como empleado de comercio.

- Mierda - dijo el rubio pasándose nerviosamente la mano por el flequillo.  - Mierda mierda mierda - repitió. Se sonó primero los nudillos de una mano y luego los de otra. La chica de gafas supo instantáneamente lo que hacía: intentaba calcular las probabilidades. La chica de gafas pensó que el rubio era bastante lindo y que si sobrevivía lo invitaría esa misma tarde a tomar un café a alguno de los bares del puerto.  El rubio se sonó la otra mano y luego hizo crujir la espalda. Recién ahí tomo el arma y se la coloco en la cien. Por un tiempo que se le hizo eterno, dudo. Luego apretó el gatillo sin que mediase su voluntad, como dirigido por una voluntad superior. Estaba convencido de que moriría. Pero junto a esta certeza, la confianza que siempre lo acompañaba clamaba que no lo haría, que sobreviviría. En el último segundo, justo cuando en el arma el tambor giraba perfectamente sincronizado con el martillo que caía, esta confianza se impuso. El martillo golpeo en el vacío y el rubio supo que lo había logrado. Se juro a si mismo que no volvería a intentarlo. Una parte suya sabía que mentía.

Ahora solo quedaban el hombre calvo y de baja estatura, y la chica asustada. La chica había vislumbrado, primero con algarabía, luego con sorpresa y finalmente terror creciente como sus compañeros se arriesgaban a la muerte y salían indemnes. Si bien todavía no estaba completamente aterrada, se aferraba como nunca en toda su vida a una sola idea: que el próximo gatillazo dispararía la bala.
- La bala está en la recamara, la bala está en la recamara, en la recamara, la bala seguro que esta, seguro, está en la recamara, por favor que este, que este en la recamara - murmuraba la chica tapándose la boca para evitar que la oyesen. Rezaba. Le estaba rezando a la muerte para que (por favor, por favor, por favor) se llevara a su compañero.

Por su parte, el señor calvo y bajito estaba incrédulo. No podía creer en su mala suerte. No solo había nacido pobre, bastardo y de poca estatura. Además, se había quedado calvo casi en su adolescencia, lo cual, siendo ya poco agraciado físicamente, le había deparado una soledad casi absoluta. Como si todo lo anterior fuese poco, esta nube negra que lo perseguía se había ensañado con él en los últimos años. Lo poco que había conseguido tras años de esforzada labor lo había perdido en los últimos meses en dos o tres inversiones que habían salido increíblemente mal. Había llegado a la partida anterior con la certeza de que esa mala suerte iba a terminar matándolo. Al parecer solo lo había dejado vivir para matarlo ahora. Antes de apretar el gatillo pensó que una vida con tanta mala pata no valía la pena de vivirse y, cuando la bala no salió, comprendió que si seguía vivo era justamente porque morirse era la mejor opción.

- Porca miseria - dijo el hombre calvo y bajito. Era casi injusto que tuviera que morir una chica tan joven y tan mona. Pensó en decirle estas palabras a modo de consuelo final, y sin dudas lo hubiera hecho si no fuese porque la chica se había desmayado apenas comprendió que la bala no había salido, lo cual fue inmediatamente después del clic del martillo mordiendo en falso.


Entre el rubio y el sexto colocaron a la chica, que por suerte era bajita y liviana, sobre la mesa carretel. La mesa era demasiado chica incluso para su pequeño cuerpo, por lo cual las pantorrillas y la cabeza le quedaban colgando en el aire. Casi inconscientemente se formo un circulo en torno a ella. El arma había quedado en el suelo.

- ¿ qué hacemos? - pregunto la chica de gafas - ¿esperamos a que se despierte?
- Las reglas claramente dicen que se tiene que matar ella - dijo el rubio.
- Cierto - dijo el hombrecillo calvo - no es justo que uno de nosotros se convierta en un asesino solo porque esta tiene nervios sensibles.
- Esperemos a que se despierte - dijo el rubio.
- Y después se pega un tiro y se acabo - dijo el calvo.
- Espero que tenga muchos bienes a su favor - dijo el señor de aspecto enfermizo.
- ¿queres ir a tomar un café cuando salgamos? - le susurro la chica de gafas al rubio
- Podríamos dispararle ahora - dijo el sexto. Hubo un silencio incomodo. Todos lo miraron.
- ¿vos le vas a disparar? - pregunto incrédulamente el calvo.
- Estaba aterrada, la pobrecita - dijo el sexto. - Ya sabemos que se va a morir. ¿qué sentido tiene hacerla sufrir? Si de despierta va a ser como si despertase de una pesadilla en otra pesadilla, solo para saber que le espera la peor pesadilla de todas. ¿no les parece cruel? - argumento el sexto.
- Acá el caballero tiene un buen punto - acepto el señor de aspecto enfermizo.
- A mi me da lo mismo - dijo la chica de gafas. El calvo pareció meditar unos instantes y finalmente se encogió de hombros. – Lo que sea para que terminemos cuanto antes - dijo.
- Páseme el arma por favor - le dijo el sexto al rubio. El rubio se agacho y tomo el revolver. Apunto y efectuó un único disparo, preciso y sorpresivo. La bala salió del arma y trazando una diagonal ascendente, paso a través de la cara del sexto, haciendo un túnel entre la carne y la materia gris que terminaría por salpicar las paredes, el suelo y las gafas de la aterrada chica de gafas. La bala terminaría incrustada en el techo. El cuerpo del sexto yacía inerte en el suelo. Hubo un silencio absoluto. Todos miraban el arma humeante que aun estaba en las manos del rubio. Nadie atinaba a moverse, como si hubieran olvidado que el arma solo tenía una bala.

- Este tenía el triple de propiedades - dijo el rubio mientras se agachaba y acomodaba el arma en la mano derecha del sexto, que ya comenzaba a agarrotarse. Era obvio que el rubio tenía datos precisos, quizás era amigo del organizador. Era imposible saberlo. El rubio lanzo una mirada a su alrededor. Buscaba objeciones. Pregunto si todos estaban de acuerdo con ese resultado. Como siempre, el resto solo asintió.

2 comentarios:

Jora dijo...

Genial! Aunque un poco cliché el final pero igualmente muy bueno. ¿Las modalidades de juego las investigaste o las inventaste? (sospecho que la primera)

Sebastian P. dijo...

Gracias, gracias :3
Te parecio Cliche el final? Chispas! Pense muchos posibles finales (una ruleta rusa de finales, sic). La verdad es que la mecanica del juego mismo, sumado a la narrativa, hace que el cerebro del lector vaya barajando los finales posibles. Y no hay muchos finales posibles: O Alguien muere, o nadie muere. Si nadie muere es porque el juego se interrumpe o pasa algo sobrenatural, no se. Que nadie muera haria que quede trunca la mecanica del juego, que iba por eliminacion. Si pasa algo sobrenatural, no se, es muy deux ex machina. Entonces tenia que morir alguien. La verdad que iba pensando a quien podia matar mientras lo escribia. No podia haber muchas sorpresas, porque a medida que transcurria el cuento se iban despejando posibilidades. Entonces se me ocurrio que bien podria matar a alguien pero haciendo trampa, lo cual seguiria siendo realista y no intervendria demasiado con la mecanica de la narracion. Sigo pensando que es el mejor final B:
Respecto a las modalidades del juego, me invente una buena parte. Las otras estan influidas un poco por "El Jugador" de Dostoievski y tambien, y principalmente, por "El Ruletista" de Mircea Cartarescu (Rumano premio Nobel de literatura que furiosamente recomiendo leer).
En este cuento de Cartarescu, hay un solo ruletista y el resto son burgueses que no juegan y apuestan contra el. No quiero contar mucho del cuento por si lo lees (yo lo lei en epub) pero si bien es muy buen cuento no me gusto el final porque tiene un deus ex machina...