7 dic 2015

Post Festum

Abri los ojos y espere ver, como siempre, el cortinado color crema. La luz entraba siempre tornasolada, como si fuera la galeria de una catedral. Siempre me perdia mirando las particulas de polvo que danzaban en los hazes. Eso, la alfombra y las plantas. Esperaba verlas y por un segundo me parecio verlas. 
Resulta que soñaba. Aun soñaba pero ya cierta parte mia se hallaba despierta o intentando despertarse, como si la inteligencia fuese algun trozo de cristal que quiere arrancarse a si misma de una materia humeda y viscosa, de un engrudo primigenio o mierda antediluviana, si tal cosa es posible. Soñaba con la pieza, pero eso solo duro un segundo. En cuanto me percate de estar soñando la pieza se disolvio involuntariamente y tras un instante de negrura abri los ojos.
Senti algo en la cara, sobre los ojos, y maquinalmente lo aparte con la mano, suave pero rapido, como si se tratara de un bicho fragil pero mortalmente peligroso. Una araña, fue lo primero que pense.
Junto con el hombro de Lorena volvieron a mi toda una serie de hechos debilmente encadenados, mas o menos sueltos. Era un hombro realmente hermoso, emergiendo como emergia de un cuello un poco corto. Toda Lorena era menuda y olivacea, casi cetrina. El pelo le caia muy negro sobre la nuca y seguramente tambien sobre mi cara, como arañas. 
Sin miedo, puesto que roncaba tranquilamente, le pase un dedo por el hombro. Siempre me maravillo de la regularidad termica del contacto humano. Los cuerpos son verdaderos radiadores, muy parejos, siempre y cuando no halla hematomas, cortes, quemaduras o infecciones. En fin, que no resisti la tentacion de extender mi caricia por toda la espalda y tambien mas halla. Entonces escuche ruidos de lo que, sin dudas, deberia ser la cocina de donde fuese que estuviese.
Me levante en silencio, cuidando de no despertar a mi compañera, y poniendome el pantalon (oportunamente colgado de una butaca) inspeccione el cuarto. Era sin dudas el cuarto de una mujer. Una preocupacion menos. Estaba alegremente desordenado y le faltaba limpieza de dos semanas, signos todos muy positivos. Yo siempre juzgo las piezas ajenas por comparacion con mi propia pieza. A mayor contraste, mas positivo es el veredicto. Esta pieza era exelente: No habia ni alfombra ni plantas, y muchisimo menos hubiera soñado con ver alguna cortina o siquiera una mesita de luz propiamente dicha. ¿Era acaso la pieza de Lorena? ¿O Acaso estabamos en lo de quien sea que estuviese trajinando con tazas y pavas (porque eso que silbaba definitivamente una pava) en la cocina? No habia modo de saberlo. Lorena dormida era francamente hermosa y no tenia las minimas ganas de despertarla. De hecho, mi idea era salir de ahi lo mas rapido posible, antes que hirviese el agua. 
En la cocina estaba Sonia, practicamente desnuda, o mas bien desnuda pero con una bata raida, sacada sin dudas del placard de la dueña de casa. 
- Como les gusta dormir- Dijo Sonia mientras ponia unos cachos de pan sobre una tostadora.
- A mi, bastante- le dije. - ¿que queda?
- Vodka, dos botellas - dijo, y me las señalo. Estaban en un rincon, cerca de la puerta. - Te las pusimos ahi ayer apenas entramos- me dijo como explicandome, y luego agrego sonriente 
- Teniamos miedo de que les dieras mas prioridad a ellas que a nosotras. 
Cambie una sonrisa por otra y sin decir nada mas me fui derecho hacia la puerta y agarre una botella.
- Me llevo una y te dejo otra, una para todos
- y todas para uno - interrumpio. - ¿te vas?
- Si, se me hace tarde para unas cosas- menti. Y agregue - ademas tengo que justificar con Dolly lo de anoche, de alguna manera.
- Te perdes los huevos revueltos, tonto.
- Son casi imposibles de rechazar, ¿no?
- Famosos en mas de ocho estados, lo sabes muy bien.
- Ya me los haras probar alguna otra vez - le dije agarrando el picaporte.
- Tambien te perdes otras cosas - dijo Sonia. Sonaba indiferente. Falsamente indifente, sonaba. Intencionadamente falsamente indiferente, sonaba. Los rulos castaños le tapaban el perfil, pero instintivamente supe que sonreia. Me gustaba ese jueguito estupido. El jueguito estupido me habia hecho quedarme anoche mas de la cuenta, me habia sacado de la fiesta con ella y me habia metido, varias botellas despues, en ese departamento. No tenia la menor idea concreta de que asi fuese, pero era la explicacion mas logica. El mismo jueguito estupido me instaba ahora a quedarme, ¿pero quedarme para que? Abri la puerta y sali. 
La calle estaba desierta. El barrio parecia Agronomia, Urquiza, Coglhan o alguno de esos barrios de viejos. Lorena vivia en Montes y, ergo, la casa era de Sonia. Asi de facil. Un misterio menos. Y ahi estaba, estacionado, el fiat Palio. La fiesta habia sido en... ¿Donde? En algun lugar del Bajo, era seguro. San Telmo, la Boca, no mucho mas alla. Todo cerraba redondo. Me puse a andar entonces, un poco sin rumbo. Aun tenia en la mano la botella.
Habia pasado, pense. La linea trangredida y el transgresor el dia despues. ¿Donde estaba, entonces, aquel sentimiento de haber transgredido, aquella marca supuestamente inborrable que deja el crimen en el cuerpo o en el alma? ¿Habia realmente pasado? ¿Que prueba tenia de ello? ¿Los comentarios burlones de Sonia? ¿La tranquilidad de Lorena durmiendo como quien dice aqui no ha pasado nada? Al final de cuentas, la unica evidencia de que la noche anterior yo habia estado en el departamento de Sonia y no en la fiesta o en una comisaria o en cualquier otro lugar de Buenos Aires con exepcion de mi propio cuarto matrimonial en donde seguramente Dolly Te y Perez Galdos o Balzac hasta las dos de la mañana era esa botella de Vodka.
Al fin de cuentas la transgresion no habia valido para nada, absolutamente para nada.

25 nov 2015

Noblesse Oblige

Las dos copas aguantaban sobre la mesa, llenas de un dudoso liquido amarillento. Hesperidina habia dicho, pero lo mismo podia ser Gin Tonic o Wishky con hielo. Lo importante era que aguantaban, poco mas o menos como nosotros. Tal vez mejor que nosotros. O tal vez no. Quien sabe.
Pero estaban ahi, como tensores de un puente, como los dos polos de un flujo, como los clavos de alguna cruz o como las señales de algun camino. Estaba eso de los rizomas: Laberintos que no son los de la informatica o los de Orfeo y la bella Ariadna (¿por que me tiras las orejas, divino Dionisos?), la circularidad; No eso sino el caos, la reestructuracion, el absurdo frente al paso del tiempo...
Pero todo esto son excusas, dejar pasar la obligacion de darle un orden a la vida, el conformismo, conformarse, con - formarse. Formarse en la forma que ya es. Conformarse, complacerse, condecirse, concordia. Los temas y las raices. Las raices. Las raices y los frutos. Los frutos y los troncos, los troncos y las flores (A rose is a rose is a rose, ¿no, Oliveira? Pero mas Bien aquella judia Alemana...), las flores y las copas. Las copas que persisten sobre la mesa. Los hombres que persisten sobre la tierra.
Esta bien eso: sobre la tierra. Sobre la tierra o, mas bien, sobre las baldosas. Las baldosas no son la tierra: Eso tambien es algo. No vale la pena negarlo. Tierra y libertad. ¿Tierra? ¿Libertad? Ay ay ay, siglo XXI. Baldosas y tiempo libre. Ya no es lo mismo. Es mas bien lo otro, esto otro, esto.
Esto, odiosamente esto, tristemente esto, rabiosamente esto. Y sin embargo aqui estamos. Aqui es esto.
Habria que levantar las baldosas, sacarlas de cuajo, ir hasta la tierra. Destruir el ocio hasta hallar la libertad. Animarse a dar el paso atras, un poco mas atras. Dando el paso atras uno se libra de un universo entero de cosas. Sobre todo de la gente.
Solamente la gente es un obstaculo para la libertad. Robinson Crusoe.
Y sin embargo, de cierta forma, todo se trata de la gente. "solo nos salvaremos por nuestros vinculos", decia Sabato. Pero Sabato lo decia hace cincuenta años, antes de muchas cosas, antes de Focault y de Chomsky. Habia cierta ingenuidad en Sabato. Cierta juvenilidad, cierto cuculeismo, un idealismo que ya nos queda a estas horas de la noche demasiado chico.
La tierra, las raices. Eso que permite al arbol crecer orgulloso hasta la cima. De cierta forma la necesidad inconciente de que, de algun modo, incluso ingenuamente, incluso artisticamente, haya algo que persista. La necesidad de lo ritual, de la mentira, del arte. Tal vez sea eso.
Las copas, la noche, el texto. Como ir tirando sogas desde la orilla de un rio, cada uno de un lado. Mensajes cifrados, palomas mensajeras, bengalas de emergencia, de aqui y de alla, el intento de formar una red, explosiones aisladas, intentos aislados, desatinos controlados, mas controlados de lo que querriamos.
Son solo meras burlas al paso del tiempo. Simplemente sacar la lengua, tirarse un pedo, mostrar el dedo, cerrar los ojos, escupir al piso, patear la puerta, saltar mas alto, vaciar la copa. El argentinismo de cagarse en todo. Hay tambien un poco de eso, no se va a decir que no.
Las dos copas aguantaban sobre la mesa, medio llenas de un liquido amarillento. El tiempo habia corrido y en realidad no habiamos dicho nada. No habiamos hecho nada. No habia ocurrido gran cosa. Uno incluso podria pensar que sencillamente perdiamos el tiempo, como si ni hubiese realmente nada que hacer... A lo mejor de mi parte es eso: atisbar el hueco que siempre esta. Apartar las sabanas, los cuadros, las distracciones-calendario y las distracciones-deseo, y simplemente ver el hueco.
El texto aspiradora, el texto machetazo, el texto epifania. El vacio esta ahi, a medio palmo de mi cara.
La amenaza del mañana, del dentro de un rato, que burrada. Que burrrada, que burrada. El ser humano es una bestia. Es una bestia con mañana. Una bestia con futuro, una bestia estupida. Pobrecita.
Si el mañana se mete en algo, ese algo ya esta hechado a perder. Pudre las cosas, el mañana. Todo vence con el devenir, con el panta rei kai ouden chorei del mierda de Heraclito. Es una forma de estrangular toda pretension, de dejar vivo lo que no sea algo mas que vanidad.
En fin...

23 nov 2015

Premio Consuelo

El viento frio y seco arremolinaba las hojas de la vereda. A traves del vidrio, podia ver la danza sin sonido de la hojarasca, como una pelicula muda. Por mas que aguzara el oido no podia oir mas que el ajetreo de copas y zapatos, del lleva y trae de cubiertos, sanguches y cafes con leche, propio de todos los bares de Buenos Aires y tal vez del mundo. No oia a las hojas, pero me imaginaba su sonido. Era un sonido ululante y frenetico, un silbido agresivo que se mantenia en un tono agudo, con vaivenes, como el maullido de un gato encrispado.
Todos los vidrios estaban maravillosamente limpios, y a traves de ellos uno podia ver a la ciudad bajo la llovizna intermitente. La ciudad entera relucia como la luz de la luna en un charco. Refulgia. Grises y pardos eran espejos de los charcos, y los charcos espejos del cielo. El otoño fue siempre para mi una estacion poetica.
Por fin vino el mozo y pedi una cerveza escocesa y un triolet. No tenia hambre ni sed, ni tampoco ganas de estar ahi, en ese bar, con ese dia, completamente solo. Saque mi cuaderno y comence a escribir. Tenia algo como un cuento o al menos como un relato corto, algo que habia venido apareciendo hacia unos dias y, como toda enfermedad, habia manifestado sus patologias poco a poco. Luego pediria otras cervezas y tambien un Wishky.
Escribi durante un buen rato, hasta que tuve frio. El sol comenzaba a ocultarse y yo me habia dejado la gabardina en la casa de Diana. Tal vez las cervezas o las ganas de ir al baño tenian algo que ver con el frio. Me levante y fui a orinar, no sin antes pedir un cogñac, santo remedio contra el mal clima.
Mientras meaba se me aclararon algunas terminaciones para lo que escribia, ahora definitivamente un cuento que empezaba en un sueño y terminaba en otro. El Wishky estaba en el pico de su efecto, y volvi a mi mesa ya sin frio pero si con algo de sueño, molesto por tener que salir algun dia de ese bar tan elegante y calido.
Iba a empezar a escribir nuevamente cuando senti una rafaga de viento. Senti el aire gelido en la cara un segundo antes de oir el silbido ululante. Dos o tres hojas se colaron por la puerta abierta, que al instante volvio a cerrarse.
La mujer que habia entrado era una chica joven. No tendria mas de veinte años. Entro y se sento directamente en una de las mesas que daban a la calle, con vistas a Avenida Rivadavia. Era muy linda, realmente hermosa: Alta, menuda y muy morena. Tenia ojos oscuros y enormes, y llevaba el pelo recogido en una trenza hecha al descuido. Enfundada en un vestido de saten amarillo, parecia una Maharani india o un cuadro cubista. Varios mechones de pelo humedo se desprendian del arreglado flequillo, cruzandole la cara en varias direcciones.
Intente en vano concentrarme nuevamente en el cuento. Por mas que intentara sumergirme en los personajes y en las calles de ese otro lado, mi atencion salia a la superficie a tomar aire en esos ojos y en ese vestido amarillo. ¿A quien esperaba? Porque esperaba a alguien, eso era seguro. La mirada aburrida que iba de su licuado a la calle lo demostraba casi matematicamente.
Entonces me di cuenta que queria tenerla, conservarla de algun modo. En el relato o en la cama, o en un retrato. Mis pocas habilidades para el dibujo y para entablar dialogos espontaneos me dejaban la aburrida opcion del relato, de este relato.

7 nov 2015

sueño

Soñe que tenia 16 años. Lo soñe hace mucho, no recuerdo cuanto. Me parece que lo soñe cuando tenia 16 años. En esa epoca lo soñaba a menudo, o no soñaba nunca. Cuando se tiene 16 años no es necesario soñar, sino vivir, porque la vida es sueño. Tambien lo soñe la noche pasada. O quizas fue que la noche pasada tuve 16 años.
Soñe que tenia 16 años y que estaba enamorado. Tautologia. Siempre se esta enamorado a los 16, forzosamente. En mi sueño habia una chica alta y de rulos negros, muy blanca, que se llamaba Maria, y era de ella que yo estaba enamorado. La queria sin miramientos, sin ningun motivo, sin limites.
La queria tanto que la hubiese seguido a cuaquier lado; A otro pais, abajo de un puente, al fondo del rio, al mismisimo Gehena.

Fracaso anticipado

Las virtudes cardinales del oficinista son dos: Llegar temprano y agachar la cabeza.
No tengo ninguna de las dos, y por eso nunca lograre subir los peldaños necesarios, trepar los escalafones suficientes.
Claro esta que en decir "necesarios" y "suficientes", escondo algo. O demuestro algo: una postura. Y es que no es tanto que no tengo los medios como que no tengo, tampoco, los fines. Entonces, los escalafones que nunca podre subir no me son ni necesarios ni suficientes. Suerte para mi, ta te ti.
De estas dos virtudes, una es natural, la otra adquirida. Llegar temprano, la puntualidad, es una disposicion natural al acomodo. Hay que tener cierta tirania sobre el cuerpo, cierta fria capacidad  de calculo y maquinacion, cierta obsesion paranoica o un noseque de intachabilidad moral para no sufrir  como un condenado. Como dije, yo no lo tengo. Me gusta  dormir o me gusta desviarme o me gusta  simplemente ver la cara del supervisor cuando llego tarde, no lo se. Alguna de esas o un poco mucho todas a la vez. Me encanta no ser puntual. Puntalidad me ha sonado siempre a todas la eidades: coseidad, mismidad, caballidad  unidad. La puntualidad como la esencia de los puntos. Es decir, de las existencias que son siempre en un eje cartesiano, acotadisimas en sus dimensiones  X e Y. Todo punto esta en un lugar milimetricamente designado. Todo punto esta completamente determinado. Los puntos sobre las ies, los puntos y aparte, los puntos de control o los de sutura o los de la tarjeta de credito. Incluso las estrellas, en cuanto puntos, estan aburridamente siempre ahi, no diciendo nada.
Agachar la cabeza, por el contrario. es una virtud oblicua y, como todas las oblicuas, adquirida. Se adquiere por habito o por educacion. La gran mayoria de los seres humanos nace libre y contestataria. Se vuelven piltrafas hipocritas con un gran esfuerzo, no se engañen. Es a fuerza de desengaños y reprimendas y penitencias en el rincon, de apercibimientos y vomitivo utilitarismo servil que un ser humano de a pie se vuelve esa mezcla de tapete con lustrabotas.
La piltrafa proactiva, la piltrafa faldera, la piltrafa eficiente, la piltrafa horas extra. Todo un ejercito de piltrafas.

7 oct 2015

Zoologia del Calzado

Normalmente el subte esta lleno de personas. Uno ve simultaneamente decenas, cientos de caras, de codos, de torsos empujandose, de piernas haciendo fuerza, de bocas quejandose, de culos tirandose pedos, de ojos esquivandose o cerrandose, buscando una inmanencia que mucho me temo tambien esta bastante alienada, es decir, bastante llena de otros.
Tambien hay carteles publicitarios, guardias de seguridad, empleados de metrovias, bocinas, puestos de chipa, perros y humanos durmiendo en cada recodo, entre frazadas y colchones destripados.
Pero tambien hay dias, dias en que uno esta demasiado cansado o fatigado para levantar la cabeza, cuando el peso del mundo se torna aplastante o su superficie demasiado atrayente, dias en que el colgante pesa cincuenta kilos o uno anda necesitado de plata y, como es natural, la busca en el suelo, a ver si todavia a alguien se le cae algun billete de cien pesos, o un cheque, o un diamante o un yacimiento de petroleo del bolsillo.
En esos dias, en el subte solo hay zapatos. Creanme, solo zapatos. O al menos es lo que yo veo. Es curiosisimo. Una multitud sincronizada de zapatos y zapatillas, de botas y sandalias, de borcegos y mocacines, izquierdos y derechos, marchando desordenadamente o a paso militar, redoblando, pisandose ferozmente, verdaderos cardumenes de calzado.
Si uno los mira bien, tienen algo de hormigas, algo de cerdos, algo de termitas. Uno mira el suelo casi con lastima. Hay que pensar que el suelo del subte, si bien es mugroso y sin ningun atractivo, soporta estoicamente, cual si fuese durisimo basalto o noble marmol, las pisadas de miles de millones de zapatos, que a cada momento se empujan y se odian, que compiten descarnadamente, ley del mas apto, por cualquier miguita que cae al piso, por cualquier pochoclo que tira algun nene descuidado, y ni hablar si lo que cae es un caramelo o un pedazo de medialuna, porque entonces vemos formarse un estremecedor pogo de calzado, una intensa aglomeracion de pisotones, puntapies, planchas y patadas de toda indole. Los zapatos de charol, duros y hambrientos, tienen siempre la ventaja, pues soportan los mordiscones de las sandalias y los estiletazos de las botas luis XV mucho mejor que cualquier otra especie. Las sandalias en cambio, debiles pero rapidas, tienen la ventaja en las carreras largas, como los pajaritos respecto a las palomas.
Viendo todo esto, uno se asombra ante la falta de atencion por parte de la Biologia o la Antropologia. Es necesario una zoologia, una botanica del calzado. Estudiar sus costumbres y su entorno, su comportamiento en materia de apareamiento, sus migraciones, sus cruzas extrañas (en efecto, vi una vez una bota que termiaba en sandalia). Tengo la esperanza de que tanto el campo de las humanidades como el de las ciencias naturales llegaran un dia a teorizar este mundo maravilloso, antes o despues de estudiar otros campos oscuros como Marte o la fosa de las marianas.
Algo que hago en esos dias es intentar imaginar o mas bien, deducir, la fisionomia del dueño del calzado por el calzado mismo. A primera vista parece dificil, pero con algo de vanagloria puedo decir que soy un experto en ello. Tomo por ejemplo un bar de botas marrones, algo gastadas, con unos flecos de gamuza que nacen de la terminacion a media pantorrilla. Uno mira primero la forma que tienen de moverse, el tempo, el compas, el leve vaiven, la presion que ejercen sobre el suelo, y entonces ya sabe si quien las usa es mujer, travesti o dudoso vaquero. Sabe tambien, si es mujer (como era el caso) cuanto pesa y cuanto mide (la operacion es similar a la de reconstruir a un dinosaurio por su huella), si va a apurada o si tiene tiempo, esta enfadada o aburrida o sola o todo lo contrario, feliz, divertida y acompañada. Luego, si uno quiere un mapa mas detallado, se presta atencion a el relleno de la manga. Por las casi imperceptibles curvaturas de la manga (casi imperceptibles para un profano, claro esta, pero un libro abierto para quien sabe mirar) se puede recrear el molde exacto de la pantorrilla, con medias y todo, o sin ellas si no las lleva. Teniendo las pantorrillas, el resto es facil. La imaginacion es maravillosamente deductiva, deductivamente cartesiana. Denle una parte, un par de axiomas-pantorrilas, y llega hasta las conclusiones -coronilla. Porque tal o cual tipo de pantorrillas se cierran siempre, matematicamente, en tales o cuales pero muy precisas rodillas, que segun el clima llevan pantalones o polleras, minifaldas o nada de nada. Y si se sabe la formula, formula que se parece a las de la fisica, se puede calcular muy bien la forma de los muslos, su curvatura y su forma, si estan bien rellenos o si son huesudos. Al culo llegamos aun mas facilmente, casi por intuicion intelectual. Es maravilloso poder hacer esto sin levantar la vista del suelo. La imagen mental del par de piernas caminando produce, poco a poco, la cintura. Ahora el proceso opera solo, como un sueño o como los arrebatos matematicos o los estados avanzados de ebriedad. Es cosa de concentrarse en la imagen y no perder el hilo, y entonces alguna parte del cerebro no conciente o automatica va produciendo al resto de la mujer sin esfuerzo alguno. El torax se sigue de la cadera como uniendo puntos, como dibujando constelaciones. Al torso le nacen entonces, segun su forma, brazos, tetas, clavicula y cuello. Y aqui se detiene el proceso. La figura, el cuerpo, camina ahora sensual o pesado, con paso estudiado o con total desparpajo, pero siempre sin cabeza. Deducir la cabeza es solo para unos pocos elegidos entre los que, por fortuna, yo me encuentro. Explicar el proceso es imposible para mi. Solo puedo asegurarles que llegarse, se llega. En el caso que les cuento, la cabeza era larga y bien formada, con el pelo un poco corto para mi gusto y de un castaño del color de la miel estacionada. La tez era de un rosado palido, con leves inclinaciones hacia un marron propio del cafe con demasiada leche. Llenaba a mi gusto las condiciones de una cara bella. Pero esto es muy subjetivo, subjetivisimo. A mi me gustan las mujeres de boca chiquita pero filosa, de sonrisa cinica, de pomulos mongolicos, y esta los tenia. De todos modos son detalles secundarios. Lo verdaderamente importante son siempre los ojos. Toda mujer bella tiene tiene que tener los ojos desproporcionadamente grandes, tiene que tener ojos que le adelgacen la cara, que le adelgacen el cuerpo, que adelgacen la sustancia que la rodea y, ¿por que no? el mundo entero tambien.
Estas botas contenian un ejemplar exepcional, de unos ojos que oscurecian al vagon entero en la penumbra. Cuando uno ve unos ojos asi montados en una cara, el cuerpo entero cobra una expresion de fragilidad asombrosa, se vuelve quebradizo, fantasmal. Uno se pregunta: ¿como puede una cara tenue, un cuerpo tan flaco sostener tamaños ojos? Porque cuando los ojos son asi, inmensos y afiebrados, tan largos que parecen extenderse mas alla de las mejillas, por fuera de la cara misma, y con unas pupilas tan grandes que parecen mas bien de marmol o esmeralda (en este caso parecian de corteza de arbol petrificado), y no de esa sustancia acuosa de la que se conforman los ojos comunes, entonces uno tiene la sensacion de que aquella pobre chica lleva sobre la nariz una mochila enorme, algo pesadisimo: un translatlantico, una montaña, Jupiter.
Siempre es asi con cada calzado. Es mas dificil deducir una figura de un solo zapato o de una sola bota, y mas facil si uno localiza, entre toda la manada, al par correspondiente. Entonces es mas facil. Lo dificil, claro esta, es localizar al par.
Curioso es, a todas luces, lo que vi ayer. Estaba yo como siempre observando la confusa marejada de zapatos, botas, mocasines, botitas, chatitas, ojotas, sandalias, borcegos y zapatillas de las mas diversas marcas y formas cuando, entre todo ese cuero, cuerina, gamuza, plastico, tela y cordones vi algo insolito: un par de pies descalzos. Fue tal la sopresa que no pude evitar levantar la vista, buscando al dueño o a la dueña de esos pies. Por desgracia fui demasiado lento, y ya era tarde. Los pies y su dueño se habian perdido entre la multitud.

3 oct 2015

Taco

Me duele todo. Mi cuerpo es como un mecanismo de relojeria con arena adentro.
Tengo una botella vacia de cerveza de cada lado, como pilares de un templo, como misiles nucleares, como senos erectos con sus erectos pezones de vidrio.
En el medio estoy yo, no tan vacio como las botellas pero no lo suficientemente lleno como para estar durmiendo pesadamente, con el conformismo ontologico que da la Weltanschaung de la clase media.
Escucho a Fito Paez, a Charly Garcia, a Spinetta. Me resisto a dormirme, me resisto a los nudos de mi espalda y al peso de mis parpados, y escribo.
Escribo freneticamente. Acabo de escribir un cuento que creo exelente y un microrrelato que al menos no causa arcadas, y ahora escribo esto, autorreferencial podria decir, pura mierda seguramente.
Me resisto porque creo que mas alla de mi cuerpo y de su cansancio y de las horas y de los compromisos esta el deseo. Eros no tiene forma, edad ni sexo. El deseo esta por detras y por delante de lo deseado.
Lo deseado no son los objetos, los objetos son la muerte.
El deseo es el deseo mismo, deseo de lo deseado, norte de la brujula de los individuos no completamente pacificados.
Es de noche, o eso parece. La noche de la ciudad no es verdadera noche. La luz no se cierra nunca.
Sin oscuridad no hay noche, sin noche no hay estrellas. ¿Que es la noche de la ciudad? Lo mismo que la vida de la ciudad: un succedaneo farmaceutico de la verdadera vida, de la verdadera noche.
Tengo una zapatilla puesta y el otro pie descalzo. Es como estar a caballo entre el frio y el calor, entre el conformismo y la miseria. La miseria es un conformismo con buena fama.
Tengo muchos fragmentos de textos dando vuelta en la cabeza.
Quiero tener suficiente inteligencia como para comenzar a perderla.
Tengo media botella de cerveza negra. Durara lo que dure este texto o viceversa.
Este texto no tiene sentido. El sentido es lo que ocurre cuando el yo mira por la mira telescopica de la inteligencia. Parte del Yo, se proyecta en las cosas o en las acciones. Teleologia basica.
El deseo no parte del yo racional: Lo trasciende.
Este texto se origina en el deseo de este texto, no en su sentido.
El tiempo es una mentira, la continuidad es pura ficcion. Desde el ultimo punto y aparte hasta esta letra que lees han pasados dos horas, me saque ya el otro zapato con su media, fui al baño a cagar y termine lo que quedaba de la cerveza.
Este texto es un taco que hecho en la puerta de la locura, para que no se cierre, precisamente porque amenaza sombriamente con cerrarse.

Un caso de suicidio

Un suicidio inexplicable: joven supuestamente feliz, estudiante, trabajador, ejemplo moral para todos. Un viernes a las 1:54 AM se  pega un tiro o salta de su segundo piso al vacio. Nadie se lo explica jamas. Misterio para los psicologos o los programas pedorros de mtv.
Algunos, los que lo conocen, si es que lo conocen, sospechan o mas bien arriesgan una hipotesis: Esa noche escribio, estaba escribiendo, en la laptop, un texto. El texto era mediocreo o tal vez insulso, o tal vez era genial, sencillamente genial, lo mejor que habia escrito en su vida, a su sano o no tan sano juicio. Y en un error del codo o la muñeca o el pulgar, el texto se borro.
Una concatenacion perfecta, espontanea, insuperable de caracteres del alfabeto español se habian perdido para siempre, junto con su precioso sentido. Nunca nadie habia escrito una secuencia identica, era un texto que no estaba ni en la biblioteca de Babel del ciego de Borges. Sentido absoluto, cadena de signos unica, perdios para siempre. Nadie jamas repetiria esa cadena, hallaria aquel sentido. Tragedia de tragedias.
Pum Pum!

Solo otra estupida historia de ficcion

A J.I, que espero nunca lea esto.


Iba por la calle desierta. La noche estaba un poco fría, pero dentro de todo, aceptable. Hasta hace un rato había estado lloviendo y ahora el viento barría la masa de hojas acumuladas por las escobas de las señoras. El asfalto mojado le daba a las veredas un aire límpido y solitario.
"La calle esta como recién bañada", pensé. Naturalmente estaba ebrio, ebrio a voces, como para tumbar a una mula con mi aliento. Ebrio y además muy lleno. Había comido como un caballo, como un emperador romano. El emperador romano caminaba pesadamente bajo la lluvia, cual personaje de Dostoievski. Ahora debería de pisarme un carruaje, asaltarme un bandido que lleva un cuchillo, o algo por el estilo.
No eran muchas cuadras. Había hecho el trayecto muchas veces. Caro me esperaba como siempre. Qué lindo y que feo, que te esperen. Seguridad y compromiso a un tiempo, como una mano que medio acaricia y medio estrangula. De cualquier modo, estaría ya estaría dormida; O casi dormida, con su fingida indiferencia, murmurando y dando vueltas entre las sábanas blancas y muy limpias. Eso o estaría despierta, con pantuflas y una remera vieja y descolorida, que seguramente era mía, y que entonces le quedaría tiernamente grande.
Siempre doblo en Bolivia cuando voy por Haedo. Siempre no es casualidad. Era la costumbre. Justo en la esquina de Haedo y Bolivia está tu casa o, más bien, la casa de la infancia, la casa de tu primo, la casa que en ese tiempo no era mía o suya o tuya, era un poco de todos y un poco de nadie. Era un poco la casa de todo el barrio: la única casa con terraza, la única casa con bodega, la única casa con sótano, con taller mecánico, verdulería y carnicería. Era en realidad para nosotros la única casa verdadera. Tenía todas las cualidades: gente entrando y saliendo a toda hora, gitanos, incontables bicicletas y partes de bicicletas, tarros de polvorones, álbumes de figuritas, botellas de vino tinto y de licor Tía María, carreras de autitos, cacería de polillas, pillaje y exploración, asados todos los domingos, que también ocurrían viernes o sábados o jueves o sencillamente ocurrían continuamente, porque tu casa (su casa, nuestra casa) era como una fiesta, como una navidad contínua, ininterrumpida, un asado de toda la semana, imparable. Entrabamos y salíamos constantemente, buscándonos unos a otros o todos juntos, siempre pasando entre la gente, entre la mercadería, esquivando los cajones de cerveza o de verdura o de ginebra llave, y siempre éramos vos, él y yo, estuviésemos de a dos, separados o los tres juntos. Y cuando estábamos juntos, estábamos más allá del cálculo.
El resto de las casas (mi casa, por ejemplo, o la tuya) eran simples habitáculos, meros conjunto de paredes muertas y techos a punto de caerse, cuadriculas, con sus miserias y pequeñas cenas de domingo, cines y cuentas que pagar. Estaban insertas, todas ellas y sus habitantes en un tiempo diferente, aburrido, en algo que iba de nada a lo mismo y de lo mismo a nada. Yo (y creo que vos también) siempre odie mi casa, y me la hubiera pasado en la calle toda mi infancia si no te hubiera conocido a vos y a tu primo, o a tu primo y a vos, si respetamos el orden cronológico. ¿pero acaso hacemos las cosas que hacemos por una causa? ¿Acaso la cosa más maravillosa que nos pasa en la etapa más maravillosa de la vida, vos, en mi caso, puede concebirse como un resultado de dos más dos, como la mecánica de las fichitas de domino, cayendo una tras otra en una secuencia tan determinada como inevitable? Claro que no. Porque muchas veces la cosa falla y queda una ficha de pie, interrumpiendo la cadena y como revelándose. Y yo sabía, o lo se ahora, que pese a que te conocí por tu primo, en realidad fue al revés: por vos termine conociéndolo a él, y a mí, y a todo.
Así fue que un día mientras vaciábamos botellas viejas de gaseosa (bellisimas, todas de vidrio, llenas de tierra, con los viejos logotipos de Fanta, Coca Cola y Paso de los Toros) en la terraza, como piratas que entierran un tesoro escondido, vos entraste por la puerta, como quien entra a buscar algo que se olvidó, toda despeinada, con un aro en la nariz y una remera de los redondos (me acuerdo muy bien), y entonces tu primo te dijo sin mirarte "¿qué haces acá?"; Y yo, todo lo contrario, no te dije una palabra, ni siquiera hola (siempre fui muy tímido, un pelotudo se diría más tarde) pero no pude dejar de admirarte (porque era eso, admirarte, contemplarte, como quien mira un tigre enjaulado) hasta que te por fin te fuiste, porque mientras estuviste, esos cinco minutos que fueron una eternidad, con tu arito en la nariz y tu actitud como perdida ("esta chica piensa en otra cosa", "no se que hace acá", "nos desprecia", "Es hermosa", "ojala se quede a comer", "¿quien es?", "¿no entiendo por qué no se va de una vez, tan tranquilos que estábamos?", todo eso pensé y tal vez otras cosas), durante ese tiempo no pude sacarte los ojos de encima. Por suerte vos ni me miraste, o me miraste una vez, como quien registra n bulto, una silla o una mesa, solo para ubicarla mentalmente y no llevársela puesta. No mirarme era dejarme mirarte tranquilo, pero eso vos no lo sabias. Entonces te fuiste como llegaste, dando azotando la puerta de chapa y sin decir chau, pero ya era tarde. La corriente eléctrica, el torrente de sensaciones o imágenes iba a continuar durante un buen rato.
Después me enteré que eras su prima, que tu primo era tu primo (hasta entonces solo había sido Marcelo o Chelo) y que vos eras la prima de mi mejor amigo, y entonces yo era para vos el mejor amigo de tu primo, de tu primito, el amiguito de tu primito, un chico medio raro, flaco, enclenque, con un pelo desastroso y anteojos de tiempo en tiempo. Vos para mi eras Helena de Troya, un novedoso Norte en la brújula, una enigmática X, un insoportable signo de interrogación y la prima de mi mejor amigo, todo eso y un poco otras cosas.
Después seguiste viniendo, por suerte. Por suerte y por desgracia. Y me fui enterando de otras cosas. De tu hermana, por ejemplo. Con ella siempre me lleve fantástico, o al menos esa impresión me daba. Tal vez fue porque era medio sorda, sordomuda decían ustedes. Yo también era medio mudo, y tu hermana tenía unos ojos celestes muy grandes y muy lindos, algo estúpidos es cierto, pero lindos como cachorritos después de todo. ¿Por qué me era tan fácil llevarme con tu hermana, pero tan incomodo verte y hablarte a vos? Creo que era porque tu hermana era más buena pero también mas fea. O no. No es tanto que fuese fea. Pero no tenia ese algo, ese componente diabólico tuyo, y entonces me parecía como una falsa vos, como una versión de prueba tuya.
También me entere de tu viejo, del Cesar, como le decías. Al principio me extrañaba que no le dijeras "papa" o al menos “viejo” y si "el cesar", como si fuese un conocido o el borracho de la esquina. Y después me di cuenta de que era un poco ambas cosas, y que si le decíamos (porque ahora yo también) "el cesar" era para no decirle de otra manera. "El cesar" era una cortesía para evitar "El loco".
Recuerdo que escuchabas cumbia. Cumbia y los redondos, combinación extraña si lo pienso ahora, con mis veintisiete años. Extraña pero que en ese entonces me parecía lo más normal del mundo, lo más adecuado a lo que vestías y a lo que decías, a como caminabas y hablabas.
Tu primo parecía odiarte. Vivía evitándote, intentando evitarte. Siempre se iba (nos íbamos) de algún lugar si se enteraba que vos venias. Cuando "El cesar" te esperaba, o cuando decía "Jessi viene en un rato" o "ya salió para acá", vos declarabas búsqueda implacable de moras, o de repente querías salir a andar en bici, ir al rio, lo que sea que nos sacara del cuarto o de la casa, antes de que llegaras, En una época realmente pensé que te odiaba. Pensaba al principio que algo oscuro y terrible había pasado en su familia, algo que los separaba. Después me di cuenta de que tu primo estaba loco por vos. Perdidisimo, incluso más que yo; Tanto que, como suele suceder, en su intensidad confundía el amor con el odio, la atracción con la repulsión, la adoración con el desprecio. Estabas bien fregada entre nosotros dos, yo tan pavote y el tan estúpido. Y pese a que te evitaba(mos), o tal vez por eso mismo, coincidíamos todo el tiempo; Tanto que era una maravilla como te encontrábamos casi a cualquier hora y en cualquier lugar de la casa o del barrio, en cualquier calle o esquina o negocio.
Vos vivías en Olivos, y llego una época en que yo iba directamente a tu casa en vez de a la de tu primo. Vos me lo habias dicho un dia, un dia que buscándote me fui hasta tu casa con no recuerdo que excusa: "vos veni cuando quieras", me habias dicho, y me lo habías dicho con una sonrisa o tal vez sin ella pero si con tus ojos marrones y tu flequillo pelirrojo, que para el caso tenían el mismo efecto;
¿sabrías entonces que decirme así esas palabras era como echarme encima un hechizo? Un hechizo que residía un poco en la vaguedad de la propuesta y un poco en el esplendor de tus 16 años, que para mis trece en ese momento eran la adultez misma. Dieciséis años y fumabas, andabas sola por la calle con una botella de cerveza en la mano y una piedra en la otra, y siempre ambas terminaban contra la pared de alguna fábrica abandonada. Como podías no ser para mi toda la anarquía y la furia que (yo no sabía hasta entonces) amaba tanto y ¿quién sabe?, acaso comencé a amar el desorden del mismo modo que a tener una irresistible debilidad por las pelirrojas: buscándote. Flor de proyección dirían los psicólogos y tendrían razón. Punto para ellos.
Pero en ese entonces, quedándome solo con vos en la casa usurpada por el chanta de tu viejo (que en ese entonces era el Cesar y estaba loco, cosa que ahora pienso le queda muy bien a todo emperador romano) o tirados en el puente de Villate, tomando una cerveza caliente o fumando unos Malboros que solo nos servían para ahogarnos y toser, siempre a escondidas, no pensaba nada de lo anterior. En esa época no pensaba nada de nada, tan solo vivía. Vivía desbocadamente y no obstante ya (¡incluso de tan chico!) con un poco de nostalgia, como si supiese inconscientemente que con cada día vivido en esa felicidad estaba saliendo de un territorio mágico e irrecuperable. Ahora sé que era así, que mi instinto no fallaba, que esa época era precisamente la llamada “niñez dorada”, que en realidad no tiene nada de niñez ni nada de dorada. La ausencia del tiempo cronometrado, la llama del amor inocente y la amistad ideal, la casa infinita y la abundancia de dias y dias y días. ¡Carajo! ¡Era un tobogán eterno del que nunca queríamos salir, un juego del que nadie quería bajarse!
Una vez llegaste a la casa y yo estaba solo. Solo en la casa de tu primo, en tu casa, que también era la mía. Toda la familia era también a grosso modo mi familia. Yo era uno de los pocos privilegiados, quizás el más privilegiado de entre los privilegiados; Mas privilegiado que la pareja de la mama de tu primo, más privilegiado que los conocidos del Abuelo (especie de Arcadio Buendia, de mecánico patriarca de la familia, autoridad moral y gastronómica, arquetipo de sabiduría de la clase media, un gran tipo que mantenía con sus asados a medio barrio de vagos y borrachos, y también un hijo de puta que le robaba toda la nafta que podía a sus clientes, un hombre que podía agarrar carbones de la parrilla sin quemarse y que podía quedarse dormido en el inodoro por horas) y que los clientes habituales de la verdulería. Mi jerarquía social en la casa estaba aún por encima de los borrachos del barrio, especie de sequito o permanente mesa redonda que como los dioses o los héroes tenían apodos más que nombres propios; seres que para mí eran en ese entonces, como ahora, misterios insondables de locura o sabiduría, viene a ser lo mismo. Yo podía entrar y salir a cualquier hora, podía charlar con la abuela o el abuelo o con el Cesar o con el Caña (hermano del cesar, mafioso como pocos, nos dejaba disparar sus escopetas en la quinta que tenía cerca del rio), podía quedarme a comer o a cenar o a dormir o a lo que quisiese, porque mi derecho venia del tiempo paleozoico del jardín de infantes.
Nunca entendí como tu familia llego a quererme tanto. Creo que era algo más de tu familia que una cualidad mía. Ellos querían así a casi a todo el mundo, o al menos a los locos los perdidos, los borrachos, los elegidos, los raros; Y yo estaba entre ellos, al parecer. O al menos prometía estarlo. Claro que no se equivocaban. Siempre tuvieron buen ojo para la gente. Por supuesto que estaba entre ellos. ¿Estaba? Estoy, quiero decir.
Hoy día todavía saludo a tu familia cuando paso por la esquina. El abuelo y la abuela siguen como siempre, perennes al tiempo, como pasándose por el culo el transcurrir de los días y los años, como si ignorar el paso del tiempo los salvase de sus efectos devastadores. El viejo aún tiene su taller. La Abuela aún tiene, si bien no con el esplendor de ese entonces, abierta la verdulería. Aunque tu primo tenga ya cuatro hijos y viva ya dios sabe dónde, en Santa Fe o en el Congo Belga; Aunque vos tengas ya una nena hermosa, con tus ojos y tus mejillas y tus reflejos pelirrojos; Aunque yo ya no vaya a los asados y escriba relatos estúpidos. Ya no es lo mismo, pero nos queda el pasado. Un pasado atemporal, irreconciliable con el presente, inbarajable con el resto de las cartas-recuerdo. Mitológico.
Un día llegaste y yo estaba solo, en la pieza de tu primo, esperándolo a él o a tu hermana o a vos o a los tres juntos; Estaba ahí queriendo no volver a mi casa, escapándome de mi casa como siempre, de la locura y el sinsentido y los tiempos y del colegio y del dinero y de la sombra de eso que ya se me venía encima y se llamaba vida adulta o secundaria o zapatillas gastadas.
Estaba acostado en el suelo, y era un día de calor. Tu primo había salido, ya no recuerdo a donde. Vos entraste y subiste la escalera. Escuche tus pasos en la escalera. Entraste por el taller, como entrabamos todos. Yo estaba acostado en la pieza del chelo, mirando al techo. Sentí el chirrido del portón e imagine tus brazos llenos de lunares haciendo fuerza y supe categóricamente que eras vos. No sé cómo lo supe, pero lo supe. Siempre lo sabía. Hasta hoy es incomprensible como podía saber cosas como esas. Solo me funcionaba con algunas personas.
Tampoco era que pensase en vos muy a menudo, como piensan en la maestra o en la hermana mayor del amigo los clásicos enamorados infantiles de la novela. Prácticamente, creo que ya lo dije, no pensaba en nada. Y, además, vos estabas siempre con nosotros, entre nosotros, dando vueltas. Mi amor era más bien la intensidad de vivirte y de tenerte precisamente ahí revoloteando, siempre un poco mayor, siempre con alguna carta bajo la manga, o más bien bajo la falda. Y además el hecho de que eras mujer y eso a los trece o catorce años significa abismo.
Subiste las escaleras y pensaste que no había nadie. Me di cuenta por como recorriste la casa, casi a los saltos. Pusiste música en el equipo destartalado y sentí el leve pero inconfundible sonido del gas saliendo a presión de la botella de cerveza. Quise levantarme e ir y hablarte. Hablarte de lo que sea y que tomásemos esa botella de cerveza, pero en cambio me quede acostado. Después, mucho después, entraste a la pieza y yo seguía ahí, triste y amargado y mirando el techo. Y hablamos.
O mejor dicho, yo me incorpore y vos hablaste, con una mano apoyada en la pared y la otra en el pico de la botella. Hablaste con ese tono cínico y como arrastrando las palabras. Tu tono siempre me confundió un poco. Mitad susurro, mitad estridencia. Tu familia entera tenía un problema con la dicción. Tu hermana, más que sordomuda, era un poco estúpida. Tenía algo de vaca o de pájaro bobo, de pajarona. En tu caso, por el contrario, pasaba como con Mercedes la Bella o con la Leni de Kafka: tu pequeño defecto te favorecía. Siempre pasa igual con las chicas de tu tipo: incluso donde huele a mierda huele a flores.
No recuerdo de que hablamos, pero en un momento me tomaste el pelo. Sabias, claro que sabias, que me movías completamente la estantería. No podías no saberlo. Y yo sabía que sabias, que no en vano te me habías reído descaradamente en la cara en otras oportunidades, que no en vano aludías con maldad a todo lo sexual, a todo lo sexual a lo que, pienso ahora, vos tampoco habías accedido del todo, pero a lo que de todos modos te acercabas infinitamente más que yo, que me cerraba como un caracol apenas te acercabas.
Me tomaste el pelo un buen rato. Te odie infinitamente, te odie lo suficiente como para hervir de ganas de morderte o de besarte furiosamente, de agarrarte por el cuello o por el pelo, por ese pelo rojizo que me volvía loco, y hacer lo que me hubiese sido imposible aun queriendo: tirarte sobre mi cama (era la de tu primo pero daba igual) y demostrarte que al final no eras tan grande, que no sabías tanto, que no había tanta diferencia entre vos o cualquier otra, que eras tan mortal como la señora del ferretero, que eras una adolescente normal y no la princesa bestia serpiente dragona cuchilla que yo creía que eras.
Pero no. Nada. No hice nada de eso ni tampoco nada de nada, ni siquiera alguna torpe insinuación de primerizo: nada. No recuerdo como termino la cosa. Probablemente porque no termino de ningún modo, si entendemos por final el desenlace de una situación. Calculo que después te habrás ido o habrá llegado tu primo y yo me habré quedado. Seguramente me quede. Me quede con la sensación de ausencia, con el burdo deseo de lo que yo imaginaba como tu cuerpo.
Después llegaron otros tiempos, principalmente la secundaria, cada uno en diferentes barrios, vos que un día desapareciste, yo que andaba ocupado, tu primo padre prematuro a los 17, el triángulo completamente roto y rápidamente reemplazado por la adolescencia rabiosa y desprolija, por el sórdido universo sin la casa.
Por eso no me sorprende. No me sorprende encontrarte ahora, en esta noche de viento, justo después de la lluvia. No me sorprende para nada encontrarte en la misma esquina de siempre: Bolivia y Haedo. Intercesión: la X marca el tesoro.
No me sorprende para nada verte ahí, parada como siempre, después de tantos años, la misma pose y la misma forma de cruzarte de brazos, agarrando los codos con tus manos a la altura del estómago, como si te abrazaras a vos misma. Tantos años sin verte y de repente y sin aviso ver que tenes los mismos ojos, la misma cara, la misma boca, el mismo pelo cobrizo gracias a dios sin teñir.
Que vos tampoco te hayas sorprendido, eso sí me sorprende. Que me hayas visto de lejos, acercarme desde lejos (porque sé que me vistes de lejos, al contrario, mío, que ensimismado como estaba, solo te vi cuando casi te atropello) y que en tu mirada hubiese algo como tranquilidad o fatalidad, de hilo en las manos de las moiras, eso también me sorprendió.
Te salude y me saludaste. Yo como pude, vos como si tal cosa, haciendo de cuenta que no había años de por medio. Y hablamos. Me contaste de tu hija, de tu nada interesante trabajo de cajera de supermercado, y yo te conté de mi sórdido trabajo de esclavo de la máquina, de mis estudios de Filosofía y vos me retrucaste con el jardín de infantes y yo pregunte que como se llamaba tu hija y vos no sé qué respondiste y luego dijiste que la nena estaba con el padre, y solo note que eras más alta e infinitamente más linda de lo que yo te recordaba, y tal vez fue el efecto del vodka revolviéndose en mi estómago pero sentí como un sismo o un mareo el de verte desprenderte de la imagen de la adolescente con la que había soñado durante años para volverte la mujer de carne y hueso que ahora tenía enfrente. Haya sido lo que fuese, me di cuenta de que el hechizo de tus dieciséis años seguía ahí, malignamente presente, como un don irrenunciable o una enfermedad incurable que se resistia a ser curada. ¿habras visto en mi cara, en mi nervioso abrir y cerrar las manos, en lo afectado de mis expresiones o en mi voz algo de todo esto?
Imposible saberlo porque hablabas y hablabas, medio sonriente y ladeando un poco la cabeza de costado, como ajustando la diferencia de altura de los centímetros que (en esa época) me llevabas pero que ahora era un gesto sin sentido porque éramos casi iguales.
Y mientras te escuchaba se me vino encima esa tarde en la que subiste, esa tarde y una canción de Fito Páez; Y también un poco de miedo, miedo del inconsciente y de cómo nos dirige. Volverte a ver después de haberte soñado tantas veces, bajo miles de formas menos de esa, la real, que ahora me descolocaba como lo había hecho siempre. ¿justificaba ese miedo encontrarte ahí? ¿Era suficiente para interrumpir el hilo de tu charla, frenar tu nostalgia de aquella era dorada, las preguntas por tu primo o por tu viejo, y soltarte como un demente que resulta que te quise y que te quiero y te querré, soltarte como un idiota de novela barata que siempre me habías gustado, aclarando que “gustado” es una palabra que muy bien se aplica a los gustos de helado, pero que en tu caso era que siempre me habías algo, que para mí habías sido y eras esto y lo otro, todo esto rapidísimo y sin pausa, como un borracho (que lo era) o un poseso (que quien sabe) o como un desesperado concursante de programa de preguntas y respuestas,  mientras vos me mirabas muda y con tus labios en una mueca que hacía malabares entre el rictus y la sonrisa genuina? ¿hacia falta, para completar el absurdo, aislar o mezclar o tergiversar toda esta confesión con agregados literarios o puros delirios de trasnochado?
Y fue por tu silencio o tal vez por tu sonrisa o tu desprecio que forzando cada musculo de mi cuerpo y cada espacio inasible de mi cabeza que lleve a cabo el cruce de los andes y el salto al abismo y el tiro en la sien y la traición y el acto de fe o lo que sea y de repente me encontré con mi mano en tu mejilla y en tu pelo y entonces sin prisa y sin pausa y sin aviso te di primero ese beso que te o me debía: rápido, torpe, estúpido, casi infantil, inútil. Cuenta saldada desde aquella tarde, un beso-cuenta-pendiente (tan horrible como suena) o un beso-viaje-en-el-tiempo (mucho mejor), pero a fin de cuentas un beso hermoso porque fue bajo la luna y con la garua que ya comenzaba a chispear de vuelta. Los que siguieron fueron más normales, más contemporáneos, más aburridamente largos y precisos.
En algún momento nos separamos, para recuperar el aire y también porque vos ya empezabas a tiritar bajo la llovizna. No me invitaste a pasar ni yo te lo sugerí. Nos despedimos y te vi entrar. Abriste la puerta del garaje y desapareciste tras el chirrido.
Después seguí caminando, medio tambaleándome, confuso y tironeado entre la locura de creer que eso era parte de la realidad y la tentación de dejarlo como una mera imaginación, como un buen argumento para una canción o una película romántica de esas que los chicos de secundaria van a ver con sus novias en las vacaciones de invierno. Llegaría y me acostaría. Pero cuando despertase, ¿creería lo que acababa de pasar? ¿no sería todo sueño, imaginación? ¿recordaría tu número? Entonces, antes de dormirme, se me ocurrió la idea de escribirlo. Atribuyo cualquier posible falta a la mala calidad del Alcohol.
Y como se lee en Hamlet: the rest is silence.

1 oct 2015

¿como andas?, me habias dicho. Tirando, te habia contestado. Voy tirando, habia dicho. Ir tirando. ¿Tirando que? Tirando de la soga, tirando un tiro, tirando de uno mismo, como llevandome a mi mismo, llevando mi existencia como si fuese una cruz. ¿una cruz? Una mochila pesada, al menos. Ir tirando. Tirandose a uno mismo como una bolsa de papas, llevarse a cuestas, dia tras dia. Esa sensacion, la sensacion de ir tirando, que tan bien nos define a vos y a mi, pero tambien a casi todo el resto. Ir tirando: lenguaje metafisico del gran o del pequeño resentimiento. Neologismos de la pequeño burguesia, mal llamada clase mierda o clase media, no recuerdo bien.
Vamos tirando. Es como tirar papeles o envases por el camino de la vida. Tirando el tiempo, la energia. Ir tirando los años, la sensibilidad, la juventud. ¿Ir tirando? Ir tirando es una mierda. A fuerza de vivir tirando uno pierde la capacidad de hacer otra cosa, de pensar incluso otra cosa, y llega a pensar que la existencia anodina y embrutecida dora o simplemente bruta esta bien, tres bien, y que despues de todo siempre esta el cine y los fines de semana, en donde uno al menos deja de tirar por unas horas. Tirando como el burro de la carreta, como el indio del Rickshaw, como si uno fuese mas un molino o una ametralladora o una banda de produccion. Ir viviendo a espolonazos, de cumpleaños en cumpleaños, de dia de la madre en dia de la madre, de la cama al living, del trabajo al cajon...

Comme au jeu le joeur tetu
Come a la boutelle l'ivrogne
Come aux vermines la charonge
Maudite, maudite sois tu!

Yo quisiera ya hacer otra cosa que ir tirando, quisiera salir y ir y hacer, recuperar todos los presentes, basados y futuros del hacer, y haciendo me gustaria encontrarte de nuevo, algun otro dia, para decirte que ya no, que me va fantastico, que la vida es totalidad, que ya no tengo que llevar a la vida a tirones como si fuese un perro malhumorado, que ya no hace falta empujarla, que ahora es redonda y va como en bajada, sobre goznes, decirte que ando sobre goznes, que la vida me lleva como si no pesase nada.


30 sept 2015

Despues de atravesar el desierto a nadie se le niega un cafe.

Estamos en los Altares. El nombre del lugar es propicio. Uno asocia dioses, sacrificios, piramides aztecas. Sobre todo sacrificios. Yo pensaba en los altares de quien o de que, Dios o procer, habia motivado erigir ese publucho ahi, en medio del desierto Chubutense, entre toda esa tierra y plantas achaparradas, duras y ajenas como los mismos habitantes.
La noche habia sido fria, helada. Acampar al lado del rio habia sido una medida de urgencia, de ultima necesidad, casi una estupidez, de tan osado. El rio habia crecido, y la carpa no habia ido a parar al medio de este por unos treinta centimetros. "La carpa" era un decir. Mas que un decir, era una ruina. No daba mucho por ella. Un dia mas a lo sumo, dos.
La mañana era casi tan mala como la noche. Helada y gris, llena de viento lleno de tierra llena de montaña llena del sur. Todo el sur, todo lo que quedaba mas alla de San Antonio Oeste, todo Chubut era asi. O montaña o desierto. Desierto y montaña, mas bien, unidas en un conglomerado, en un entramado de vastedad levemente surcado por rutas. Cuando uno viene durmiendo en una carpa desde hace dias, con la misma ropa, en la misma bolsa deshilachada, comiendo poco o nada, durmiendo aun menos, en constante movimiento, termina acostumbrandose a todo, menos al frio.
Ese dia me habia levantado a las cinco de la mañana, de puro frio. El frio era algo que surgia desde el piso, desde el techo, desde las paredes de la carpa, de todos lados. Subia siempre desde la tierra y despues de un tiempo uno lo sentia en todo el cuerpo, pero principalmente en las piernas. Entonces era cuestion de cambiar de posicion, de llevarse las rodillas al estomago, de intentar taparse con el buso, con la campera, con la mochila o hasta con una olla, con lo que sea. Despues era cuestion de maldecir y de ver a la claridad del amanecer filtrarse poco a poco por el azul del nylon, hasta que uno comenzaba a distinguir sombras y a escuchar sonidos, y esa era la señal de que la carpa salia de la noche como un barco de la tempestad o un satelite del espacio exterior. Y ahi, recien ahi, uno se levantaba y se vestia, y salia de la carpa a un nuevo dia.
Afuera de la carpa no era mejor. Al frio uno tenia que sumarle el viento y aun mas frio, priemero, y el calor del mediodia despues. Frio crudo, calor crudo, clima de desierto, clima de Patagonia. Todo aquello habia sido, era, todavia era una locura. War Against Time. Pese a todo, la mañana era preferible al resto del dia. Yo siempre preferia congelarme a cocinarme.
Anteojos negros, barba de un mes y gorra verde con estrella roja. Diarios de motocicleta pero sin la motocicleta y tambien sin el diario. Y bueno, cada cual viaja como puede y hasta donde puede. La cosa es que no congelabamos sobre la 25, proyectandonos ya en espiritu hacia el este, hacia las ciudades magicas de la cordillera, hacia los espejos de agua y los bosques de pinos, hacia los ciervos y los conejos. Era como la olla de oro al final del arcoiris, solo que el arcoiris era al ruta que unia Trelew, ciudad fundada por Galeses con Tecka, ciudad de nombre autoctono pero con mas Chilenos que Argentinos. Los Altares, esa tierra de nadie en donde habiamos dormido, quedaba exactamente a la mitad.
Pasamos toda la mañana con el dedo al aire, estoicos los brazos y las piernas, contra o a favor del viento, esperando que algun auto o camion nos sacase de ese pueblo de paso, demasiado de paso como para que uno creyese en su solidez, en su seguridad. Los Altares era un conglomerado de piedras y plumas, algo como una figura de tierra que casualmente formaba el viento. Un soplo, un parpadeo, un cambio en el angulo del sol la desvanecerian. Nosotros lo sabiamos, sentados sobre las mochilas como estabamos. Por eso era un poco la incredulidad de estar varados en un lugar que dejaria de existir en cualquier momento, que desapareceria de un momento a otro, si no lo mirabamos, si no pateabamos sus piedras y respirabamos su aire. Eramos nosotros mas los altares que los altares mismos. El pueblo entero se afirmaba en nosotros. Habia nacido con nuestra llegada y seguramente se desmoronaria, como un viejo y polvoriento esqueleto, cuando algun traseunte nos levantase de alli.
Pero hasta entonces, el hambre era el hambre y el gelido viento de montaña era mas gelido viento de montaña que nunca.

- Es un asco esto - dijo el.
- Completamente un asco - dije yo.

Nos turnabamos para hacer dedo, para sentarnos, para ir al baño, para asediar a los camioneros en la estacion de servicio. Y en un momento, la mañana pudo mas. Habiamos estado desde el alba, y a eso de las 10 de la mañana, el sueño y la necesidad de un cafe pudo mas. En realidad, habia podido mas desde hacia horas, dias, casi desde el inicio mismo del viaje. La cosa era que no teniamos un peso, medio peso, diez centavos. No teniamos nada. Ese habia sido un buen tino en la planificacion. Tal vez la unica planificacion posible. La miseria, como el poder y la riqueza, es en si misma todo un programa, todo un esquema, toda una apertura de posibilidades. Nosotros, a diferencia de los miserables de las ciudades, teniamos una meta, un objetivo, y entonces todo se reducia a un plano geometrico en donde las fuerzas se entrechocaban, Connatus del viajero, reivindicacion de la astucia y de la suerte, valores en desuso metropolitano.
De todas formas nos pusimos nuestras mochilas piezas casas rodantes baños roperos sillones paraguas y fuimos hasta el panteon de la civilizacion en los Altares: La estacion de servicio. Shell, Esso, y sobre todo YPF, eran las Satrapias en la patagonia salvaje, los consulados romanos en el desierto. La patagonia entera fue civilizada primero por los ejercitos de Roca y aledaños, y luego por los ferrocarriles y la industria petrolera.

- Vamos a conseguir un cafe sea como sea - dijo el.
- Despues de atravesar el desierto a nadie se le niega un cafe - dije yo.

Ya no recuerdo muy bien como, ni cuanto llevo, ni como fue que convencimos a las chicas que atendian la cafeteria, muy simpaticas ambas, tan simpaticas como puede serlo un habitante de los altares (ellas tambien desaparecerian, se desmoronarian con el resto del pueblo, ahora cuando escribo esto ya no existen, nunca fueron), de que un cafe no era nada, de que veniamos sin comer y sin bañarnos y sin dormir y sin descansar y sin cojer y con frio y sueño y hambre para llenar un estadio de futbol, pero que tambien teniamos encima esa libertad que solo puede nacer de la necesidad querida, querida absolutamente, y que eso siempre cuenta, que eso es lo que cuenta mas, y que tenerla y presentarla mostrarla enseñarla en ese culo del mundo nos hacia merecedores de ese cafe, y quizas tambien de unas galletitas.



- Y fue un cafe de maquina nomas - dijo el.
- Un cafe es un cafe es un cafe es un cafe - dije yo.
- Despues de todo, esta bastante bien - dijo el, dando un sorbo.
- Y ademas es Nescafe - dije yo, pensando en que eramos Calac y Polanco.

Y despues, de vuelta a la ruta.



28 sept 2015

About Sense of Humor

Tipico: una persona te cuenta alguna desgracia o hecho desagradable que, vaya a saber uno por que, tiene adjunto o inseparablemente unido algun detalle o consecuencia hilarante, absurda o ridicula. Uno lo sabe. Sabe que tiene que callarse. El buen sentido lo ordena, pero ese otro sentido (tal vez eso que Edgar Poe llamaba "The Imp of Perversion"), el sentido del humor, puede mas. Y entonces uno habla. Habla o hace una cara, que es casi peor. Hace una cara o mira con una mirada complice. Es lo mismo. La otra persona no puede ver ese componente no tragico de esa porcion de realidad que te cuenta. Y como es sabido, pocas faltas hay tan graves como confundir lo tragico con lo comico. A uno se lo tilda entonces de hijo de puta (caso extremo) o de "poco sensible" (caso leve). Y entonces no hay manera de explicar que "como explicarte", que "no es eso" o que tal vez cierta vision objetiva, cierta cosa panoptica, que eso de Nietzsche - Zarathustra decia de las tragedias del teatro y de la vida, No.
Y entonces te dicen, con una mirada recelosa, bien justificada: "Ojala que nunca te pase".
Y a mi me dan ganas de sonreir nuevamente (pero no lo hago. Hacerlo seria letal. Ameritaria la trompada o la condena), porque cuando dicen eso estan queriendo deseando proyectando precisamente lo contrario: Que me pase. Que ojala me pase. Que sufra lo mismo o algo parecido. Que me hunda yo tambien en una situacion que me mate todo sentido del humor.
Y no. Como explicarles que yo tambien me sumergi, que yo alguna vez o tal vez en ese mismo momento, ando en una parecida, y que pese a eso o por eso mismo, el sentido del humor.

23 sept 2015

Arqueologo

No supe por donde empezar. El desorden era megalitico, mastodontico, si se permite el neologismo. Las cosas se acumulaban, se habian acumulado a lo largo de los años, de las decadas, como si nadie lo notara. Cosas sobre cosas. Pilas de diaro, por ejemplo. Sobre la mesa habia dos. Los de abajo estaban mojados, casi putrefactos, aplastados bajo la masa de Clarines y Revistas Viva. La pila mas grande, no es exageracion, llegaba casi hasta el techo.
Habia manteles y cortinas por todos lados, con verdaderos sedimentos de polvo. Toda la casa, habitacion por habitacion, daba la impresion de ser un enorme placard a punto de reventar. 
La distribucion de objetos no parecia obedecer ningun criterio o clasificacion, ni siquiera esos ordenes o criterios misteriosos y aparentemente irracionales, que se descubren en casas similares. No era que el bidet su hubiese convertido en buzon postal, o que el techo la heladera operase como Pinacoteca improvisada, y ni siquiera podia acusarse al sillon de ser una mesa o una caja de herramientas. No habia criterio de clasificacion alguno.
Me hubiese encantado, por ejemplo, abrir un cajon y encontrarlo lleno de ratas muertas, cada una atada con una cinta roja. O lleno de bolsas de nylon, esas que te dan en los supermercados, dobladas meticulosamente en triangulitos. O abrir alguna puerta de la alacena y encontrar un estante lleno de cascaras de banana. Eso hubiese, al menos, demostrado la degeneracion del patron mental de los dueños. Pero no. Lo que habia en esa casa era sencillamente un rio de cosas que parecia haberse congelado por sorpresa, como si el invierno de la muerte hubiera llegado demasiado pronto, en plena primavera. 
Y yo buscaba, buscaba desesperadamente. Primero pense que era el Logos, la mania racional de clasificacion, el vicio de las categorias. Los libros viejos en el estante de arriba, los vasos y los tenedores sobre la mesada de la cocina, lo que se puede vender, sobre la mesa, la basura en las bolsas, lo que me quiero quedar, en el sillon. Despues me di cuenta que era otra cosa.
Buscaba un secreto. Buscaba algo mas, algo que yo, que tantas veces habia ido a la casa, que habia vivido ahi mi infancia y una parte de mi adolesencia y que, en los ultimos tiempos, habia ignorado sin darme cuenta o demasiado deliberadamente, ese lento volverse loco de las cosas y de sus dueños. Buscaba. ¿que buscaba? No lo sabia a ciencia cierta, pero si sabia una cosa: lo buscaba con ahinco, con rabia. Tambien con un poquito de esperanza.
Buscaba algo que me explicase no todo aquello, la muerte, la degradacion de lo humano en esos carcazones pulgosos en que, tarde o temprano, todos nos convertiriamos; Sino lo otro, la historia, la vida. Algo que me llevara a verlos no como lo que habian sido en los ultimos tiempos, como eso que yo buscaba olvidar a fuerza de ausencia, ni tampoco esos que eran cuando vivia con ellos. Buscaba algo que me revelase otra faceta, los fantasmas verdaderos que les habrian impedido el sueño, las pasiones que los habian torturado de la puerta para adentro, las pruebas de vivencias o relaciones mas alla de lo que yo les conocia, ya demasiado bien, como su vida diaria. Buscaba algo que me mostrase todo eso que habia sido, que habiamos sido, bajo una luz diferente, bajo otro sentido.
En realidad te buscaba a vos. Como siempre. Te buscaba en la pileta tapada, en la cocina grasienta y casi putrefacta, en las legiones de los mas variados objetos, en las cortinas polvorientas y en la cama llena de revistas y fragmentos de madera. Buscaba algo que haya sido, para ellos, lo que vos fuiste para mi:  una sorpresa, un salto al vacio, un absurdo, una grieta. 

2 sept 2015

Una Botella de Vodka Polskii

Martin tomo una botella de Vodka Poskii, de 350 cc, y se aproximo a la caja. No habia algun motivo en especial para elegir esa botella entre otras. No conocia la marca, y eso era todo. Ya conocia, bastante bien, a las clasicas: Smirnoff, Absolut, Skyy, Eristoff. Le habian dado muchas buenas horas y dolores de cabeza proporcionales. En realidad, habia entrado buscando una botella de Stoli, pero ultuimamente no habia caso. Conseguir una misera botella era mas dificil que llevar una vida honesta. Ademas, solo tenia 100 pesos en el bolsillo. Si hubiese habido Stoli, tendria que haberlo robado.
El dia habia empezado frio y aburrido y, a medida que transcurria, se tornaba frio y horrible. Realmente, hubiese preferido meterse a tomar un cafe en el Gato Negro o en el London. Un cafe con leche y una porcion de torta costaban aproximadamente 80 pesos. Y el solo tenia 100. El cafe y la torta significaba pasar la noche completamente sobrio, a base de agua de la canilla. Era viernes y las noches de los Viernes eran desoladoramente largas. ¿Que otra cosa podia hacer? Le hubiera encantado salir a tomar una cerveza a Palermo o a Villa Crespo. Una o dos Pintas de Cerveza en algun Irish Pub. Y una hamburguesa. Minimamente hablamos de 200 o 250 pesos. No podia permitirselo. No podia permitirse muchas cosas, ultimamente. Gracias a dios el gas y la luz seguian llegando, como magicamente, por obra y gracia del señor. La electricidad llegaba cortesia de la incauta vecina, que no veia o no queria ver el grosero cable que colgaba del suyo. Pero Estela no era tonta, y Martin sabia que tarde o temprano tendria que negociar. Las solteronas son duras e inflexibles, y Martin sabia exactamente el pago que se le exigiria. Al diablo con ello, de todos modos. Aun no habia llegado el dia. Ese pensamiento de "aun no" le servia bastante a menudo para no hacerse problemas. 
¿Que diablos pasaba? La cajera era sin dudas demasiado estupida. Estaba tardando una eternidad en realizar no se que complicada operacion con el Pinpad. El gordinflon que atendia, que llevaba una caja de algun vino importado, parecia no tener ningun apuro, por lo que la infinita idiotez de la cajera se prolongaba indefinidamente. Martin miro a la cajera: Alta, caucasica, Pollera tubo, blusa blanca y saco negro, impecable. Pelo recogido y unos anteojos de diseño que le daban un aire a ejecutiva de piso presidencial. Una verdadera puta. Una puta inutil, pero al menos bastante linda, y muy alta. A Martin le gustaban las mujeres que eran mas altas que el. 
Como la cosa, contra todo sentido comun, se prolongaba, la atencion de Martin se desvio hacia los vendedores (nada peculiar, todos ellos pierrots gastronomicos), luego hacia las botellas (Zubrowka, Gin Bombay, Copa Cabana, Old Crow, ect). Luego se fijo en la fila. En realidad, eran solo tres personas: El, el gordinflon que intentaba llevarse la caja de vinos, y un anciano alto y elegantemente vestido. Martin era el ultimo en la cola. Parecia mala suerte, pero con 100 miserables pesos en el bolsillo, uno no podia pretender privilegios. 
El caballero elegante, que vestia de impecable franela azul y saco negro de paño ingles o Kashmir de la india, tendria seguramente una treintena de billetes de cien pesos en su billetera, por descontado. Tambien tendria, con toda seguridad, varias cuentas bancarias. Cientos de miles de billetes de 100 pesos. Martin, que no habia comido nada desde el dia anterior, sintio un vuelco en el estomago. Sin embargo, se mantuvo firme en su posicion, concentrandose en la calva cabeza del anciano. Surgio en el un odio repentino hacia el anciano. Mirandolo bien, daba asco.  Burgues asqueroso. El viejo tenia todos los caracteres de la burguesia acomodada. Empezando por la ropa, hecha a medida y seguramente de sastre, o al menos de las elegantes tiendas que en su tiempo competian con Harrods. Luego era el porte, la forma de pararse. Una forma de pararse que solo el dinero puede proporcionar. Holgada, casi desafiante, pero tambien tranquila, como si tuviese todo el tiempo del mundo. De hecho lo tenia, porque tenia dinero. La plata puede conseguir absolutamente todo: desde cerveza y hamburguesas a tiempo y buen porte. Dependia de la cantidad, era claro. Y el viejo aquel tenia mucha, mucha pasta. Burgues, viejo podrido y burgues.
Martin miraba ahora con odio la calva del anciano. No era completamente calvo, pero se acercaba. Conservaba aun, blanco y brillante, esas dos holgazas de pelo que nace cerca de las orejas. El pelo era blanco y brillante, muy bien cuidado. Todo el anciano parecia recien sacado de un lavavajillas. Estaba reluciente, completamente asceptico. A Martin se le ocurrio que si lo olia, seguramente oleria a limon o a alguna colonia de primera marca. Penso en Old Spice. Otra cosa que lo enfurecia era la postura del anciano. Recta, amplia, de una facilidad casi militar. Si el anciano hubiese estado ligeramente encorvado, el enojo de Martin se hubiera disipado, se hubiera canalizado contra algun ente abstracto: el capitalismo, la modernidad, el monetarismo. Pero el anciano estaba parado demasiado correctamente. Su espalda era, enfundada en el saco de paño ingles o de carisimo Cashmir de la India, demasiado cuadrado como para no despertarle un odio natural.
- Burgues asqueroso - murmuro Martin, mas para si mismo que para el anciano, que de todos modos no le prestaba la menor atencion, pues hablaba con un vendedor, exageradamente servil este, sobre Brandys y demas tertulias escocesas. Mientras el anciano, que al parecer habia tenido o tenia viñedos, intentaba explicarle al vendedor la diferencia entre un Bourbon y un Scotch de Kentucky, Martin metio instintivamente la mano en el bolsillo de su raida campera de jean. Dentro, muy en el fondo del bolsillo gastado, tan gastado que incluso podia pasarse un dedo por uno de los agujeros, estaba la navaja mariposa. A Martin, que no por nada se apellidaba Corsicca, le encantaba esa navaja. La habia comprado por nada, hacia muchos años, en el Parque Centenario. La consideraba como un resquicio de su descendencia italiana, como algo muy propio de los mafiosos de Sicilia y Cerdeña. La navaja mariposa era artera, su naturaleza misma consistia en esconder la hoja. Facil porte, facil descarte, facil armado y desarmado: Eran todas caracteristicas propias de la rapiña, de la puñalada en la oscuridad. Venganzas, ajustes de cuentas, dedos y orejas cortadas como advertencia (Sylock y Antonio), quizas algun ojo. Idas y venidas del Proletario. Penso tambien en ese otro italiano, que ponia bombas en los bancos y embajadas, aterrorizando a los burgueses. Miro al anciano. Seguramente, el padre o el abuelo de aquel vejestorio habria vivido aterrorizado, por unos meses, de Di Giovanni. ¿Que era Di Giovanni? Un paria, un animal de trabajo, un italiano que vino con una mano atras y otra adelante, como decia su abuelo. Pero a diferencia de su abuelo, Di Giovanni no habia venido a esclavizarse en una fabrica, en un almacen o en un puesto de pescaderia del puerto. Habia venido a poner bombas, a dispararle a sangre fria a burgueses y traidores, a gritar "E viva la annarchia!" y tambien a ser fusilado. Miro nuevamente al anciano. ¿Cuantas cajas de vino llevaria? No cargaba ninguna. Claro. Habia hecho un pedido, y seguramente se lo enviarian al domicilio. Tipico, tipico del capitalista acomodado. Todo por encargo. Que lo muevan ellos, los otros, los que no hacen encargos, los que viven al dia. Los trabajadores. Los cabecitas negras. Los eternos parias, proletarios, burros de molino. El no era Di Giovanni, no tenia pistolas ni bombas, pero al menos... al menos tenia, en el bolsillo, en su mano derecha, una esplendida navaja mariposa. Solo era cuestion de hacer el archisabido movimiento de muñeca y, ¡zas!, la navaja sacaba su lengua de acero. Siete centimetros de acero. Siete centimetros de Italia del Sur, de Cossa Nostra. Siete centimetros de historia, de lucha de clases.
¿Que haria luego? Martin miro al anciano. Aunque era bastante alto, no era lo que se dice fornido. Ademas, estaba de espaldas. Solo tenia que acertar una, una unica puñalada. Bien dada, entre las costillas, y seria todo. Tardaria a lo sumo dos segundos, tal vez tres. En el tercer o cuarto segundo ya estaria corriendo, y antes de los diez segundos estaria doblando la esquina. Los vendedores parecian distraidos. Uno conversaba con el anciano, el otro miraba porfiadamente a una señora que se debatia entre un Ron de pesima calidad y un Vodka Barato. El tercero estaba en el fondo del almacen, paseando entre los vinos mendocinos. La licoreria Bramante's no tenia seguridad ni cuidadores. La puerta, de hoja doble, se abria empujando en cualquier sentido. Solo habia que correr. Apuñalar y correr. Guerra de guerrillas. Pirateria, como los vikingos. 

Mario, el vendedor mas veterano de la licoreria Bramante, ubicada sobre calle Florida, sostuvo con sorpresa al anciano con el que estaba hablando. El caballero, cliente regular de la tienda, se habia desplomado inesperadamente. El joven detras suyo lo habia apuñalado. Esteban, otro de los vendedores, estuvo muy cerca de apresar al criminal, bloqueandole el paso en la puerta. Lamentablemente el joven, pues no era mas que un muchacho, logro escapar con ayuda de la suerte.

Martin saco la navaja mariposa y automaticamente desplego la hoja. Siempre lo habia fascinado esta facilidad. En sus tiempos libres, que por esa epoca eran todos sus tiempos, se la pasaba abriendo y cerrando la navaja. El movimiento tenia algo lindo, algo de contrapeso, de armonia. Era como cargar un cañon o hacer figuras con las manos. Era todo un experto.
Todo ocurrio en un instante. No pudo precisar bien donde entro la puñalada. Fue cosa de un segundo, de medio segundo, de nada. La navaja mariposa no sintio resistencia. Entro como si fuese en una planta de lechuga o en un almohadon. "No dio en ningun hueso" llego a pensar Martin, pero cuando lo penso ya estaba corriendo hacia la puerta. No supo si el anciano acuso el golpe, si llego a entender algo, si se desplomo o se mantuvo de pie. En un segundo todo era llegar a la puerta, llegar y derribar de un golpe al vendedor que intento cerrarle el paso. La reaccion del vendedor enfurecio a Martin. ¿Como habia reaccionado tan rapido? ¿Que era, ese vendedor? ¿un vendedor o un policia? Si habia reaccionado con tanta rapidez era porque esperaba algun acontecimiento de ese tipo.
De todos modos, Martin amago a tirar un puntazo con la navaja y cuando el vendedor se concentro en esa mano, le descargo un puñetazo con la izquierda, haciendolo retroceder. Para suerte de Martin, el vendedor tropezo con varias cajas de Chabils que estaban a modo de Stand cerca de la entrada, dejandole el paso libre. En cinco segundos llego a la esquina. En quince, se hallaba a tres cuadras del lugar. Vio a un colectivo frenar y casi arrancar al instante. Practicamente se colgo de la puerta y subio al coche. Agradeciendo al chofer, pago y se sento en un asiento individual, mirando a la avenida. Habia escapado. Ahora no podria ir al centro por un tiempo y, por otro tiempo, no podria andar por la zona de San Nicolas. Bramante's era otro sitio prohibido, de ahora en mas. 
En algun momento, despues, tendria que bajarse de ese colectivo (no sabia cual era) y buscar otro, que lo lleve a su habitacion, a su mugrienta habitacion de pension. Luego de eso, lo esperaba la noche del viernes, larga y aburrida. Siempre es larga y aburrida para los que no tienen plata para hacerla mas corta. Pero, despues de todo, no era tan malo. Al menos tenia una botella de Vodka Polskii, y cien pesos en el bolsillo.

25 ago 2015

La Violinista (Final)

Fue en una plaza, frente al palacio de Tribunales. Yo habia vuelto al centro un par de veces, siempre en rapidas incursiones, esporadicas, a la caza de un libro o de algun disco. Solo una vez habia tomado un subte. Esa vez habia ido en colectivo, y me habia bajado antes. Tenia ganas de caminar por calles nuevas, de dar vueltas. El centro, sin tiempos ni impedimentos, sin metas fijas, se me aparecia como un enorme laberinto, como una enorme biblioteca derruida, llena de galerias y pasadizos inexplorados y, cada tanto, una plaza. Todo se me aparecia, bajo el cielo plomizo, bajo una luz cenicienta. No se cuanto tiempo camine, pero se que atravese plazas y largas calles y, entonces, cuando atravesaba la plaza de los Tribunales, la vi. Estaba sentada en un banco. El pelo castaño sobre los ojos, la bufanda roja, la expresion perdida y lejana. Como siempre, estaba sola. Pero ahora no estaba sola entre la gente, sino libremente sola, sola entre las palomas. Tenia el arco en una mano, y el violin, recostado en el hombro, en la otra. Camine directamente hacia ella. Mientras me acercaba, oi unos leves tintineos metalicos. Tocaba.
Sin decir una palabra, me sente a su lado. Intente, ahora sin oscuros bultos entre nosotros, descifrar el sentido de su musica apagada, de la sorda melodia. Mire muy de cerca sus pestañas negras, su pelo castaño, sus dedos finos y largos, que ejecutaban la extraña mimica de una interpretacion, el juego de pulsar las cuerdas.
En cierto momento, tal vez porque habia notado mi presencia, tal vez porque la melodia habia acabado, dejo de tocar. Habia pasado un buen tiempo, porque el sol, antes en el centro del cielo, se ocultaba ahora tras los edificios. La violinista habia levantado la cabeza, y miraba a lo lejos, lejos de la plaza.
- Hola- dije.
- Hola- dijo ella. Su voz parecia muy joven, y sin embargo era un problema definir la edad. Me lanzo entonces una rapida mirada, como escudriñandome. Tenia los ojos de un marron muy claro.
- ¿Te gusto?- preguntó.
- ¿que cosa?- respondi estupidamente. Justo antes de responder, senti que iba a mirarme de vuelta, ahora con una mirada mas larga, realmente exploradora. Pero no. Mi respuesta freno la mirada antes de que surja, y nuevamente me parecio lejana, como perdida entre los edificios, a punto de difuminarse.
- Ah- exclamo. - Yo creia que...- La frase quedo a medias. Parecia pensar en algo, meditar alguna cuestion importante o que se le habia cruzado por la mente. Al final dijo "En fin" y entonces yo me di cuenta, quizas demasiado tarde, por lo que me preguntaba.
-Perdoname -le dije- ¿Vos creias que yo..
-Si. Pero no importa.
Luego de aquello hubo un silencio. Pero era, en mi cabeza, un silencio plagado de voces. La cancion, la cancion, la cancion. Asi que realmente habia estado tocando todo este tiempo. La mire, y cuando la mire vi que me observaba.
- Sabes, yo hago una musica bastante rara. A mi me gusta, pero... pero creo que no es algo para todo el mundo. A veces algunos escuchan. No te creas que escuchan todo, no. Escuchan... o mas bien, sienten. De repente creen haber oido algo, como cuando uno se imagina un sonido, o como cuando recuerda un sueño. En fin, algo que no es escuchar, porque escuchar viene de afuera y no de adentro. Otros, que son muy pocos, escuchan realmente notas. Yo crei que vos eras uno de esos.
-Si soy- interrumpi- Muchas veces, en el subte, me han llegado algunas notas. Es verdad que eran minusculas, cripticas, casi imperceptibles entre todo ese ruido, pero las escuche. Y ahora, mientras tocabas, tambien escuche algunas. Hubo una que se parecia a un Sol, y otra a un La Bemol, un La Bemol muy chiquito y como con asma.
- Ah, entonces si ois-dijo con una sonrisa. La sonrisa era como una lampara encendida.
- Claro.
- ¿Por que no respondiste al principio, cuando te pregunte si te gustaba?
- ¿Eh? Ah, eso. Bueno, mira... no sabia que hablabas de eso...
- ¿de eso? ¿que es eso?- Habia recalcado mordazmente el segundo "Eso". -¿No querras decir, mas bien, la musica?
- Claro-respondi- Pero succede que cuando pienso en una cancion no pienso en esas notas que vos producis... lo que haces no se parece en nada a una cancion.
- Si se parece. Es facil decirlo si no la escuchas. Vos solo escuchas las puntitas de mis notas. Si ni siquiera las escuchas enteras, mucho menos las vas a retener y a encadenar. Eso no lo podes hacer, y nunca me cruce a alguien que haya podido. ¿por que crees que nunca pido colaboracion?
- Por cierto- le dije- ¿por que tocas siempre en los subtes?
La violinista volvio a levantar la vista para mirarme, y nuevamente su cara se encencio como si fuese una lampara o un atardecer. Una linterna bajo el agua.
- Yo toco en todos lados- dijo orgullosa. - ¿Acaso no estaba tocando tambien hace un rato?
- ¿y entonces?
- Entonces nada. Yo toco en todos lados. Vos solo viajas en el subte, y de verme ahi deducis que solo toco en los subtes, lo cual es bastante tonto, si lo pensas. Tonto ademas de egoista.
Lo pense. Es cierto, ella tenia toda la razon.
- Reducis todo a tus expectativas y a tus tiempos. Crees que solo estoy en los subtes porque tu rutina te lleva a verme ahi. Crees que mis extrañas canciones son solo pequeñas notas, cricridos de grillos, porque solo escuchas eso. Escuchas como pensas, muy fragmentariamente. En eso sos como todos los demas.
- ¿como?- Ese ultimo discurso me habia tomado desprevenido.
- Crees que no hablo porque no me ois, crees que siempre uso la misma bufanda, crees que nadie me ve porque no me ves hablar con nadie. Incluso estas creyendo que yo estaba, que yo estoy en esta plaza para encontrarte a vos, para cerrar algun circulo. Incluso crees que me queres o que nos une algun tipo de cosa especialisima, ¿no?
No dije nada. Ella continuo.
- Crees, realmente, muchas tonterias. Tambien crees que despues de hoy, de este momento, no me vas a ver nunca mas. ¿Si o no?
Tuve que admitirle que efectivamente era eso lo que pensaba. Ella me miro, y en la mirada habia una socarrona superioridad dialectica, tipica de quien recibe la respuesta que espera. Tambien habia algo de un no se que ensayado y, lo que realmente me sorprendio y aun hoy me sorprende, habia todo lo contrario, es decir, un poco de autentica perplejidad. Se puso de pie y echando a andar me dijo:
- Vos podrias verme cuando quisieras.

21 ago 2015

La Violinista

A Veces me la encontraba en el subte, como un punto entre los puntos, como un personaje secundario de un gran cuadro, a ella, la violinista. Creo que la primera vez fue en un otoño, de no hace muchos años, pero tampoco de hace pocos. Iba parada, en el medio de un vagon repleto, casi contra la puerta. Lo primero que me llamo la atencion fue el arco, el arco del violin. Lo sostenia en alto, con el brazo casi extendido, como si fuese un puntero, una espada o un enorme dedo indice. Luego fue el violin, de hermosisima madera, que descansaba sobre su hombro como si fuese un niño dormido. En ultimo lugar, fue su cara. Algunas caras son complicadas de describir. Tienen algo... algo que uno no sabe bien de donde viene, algo que se nota en la cara pero que no esta del todo en ella, que parece como si le vienese a la cara de otro lado, tal vez del alma, o del pasado. Quien sabe, pero la cara de la violinista tenia este queseyoque de expresion lejana, insondeable.
Tenia el pelo castaño, tirando a oscuro. Tenia el flequillo largo, y le caia sobre los ojos. Tenia pestañas oscuras y muy largas. Asi, parada entre la multitud subterranea, parecia una estatua antigua y hieratica. Entonces me di cuenta que tocaba. Fue la expresion de la cara: Los ojos bajos, la boca levemente contraida en un asomo de sonrisa, la mano sosteniendo el diapason. Los dedos pulsaban levemente, imperceptiblemente, las cuerdas del diapason. Parecia que estaba revolviendo algo, rascandose la cabeza o acariciando un gato. Note que tenia las uñas largas y pintadas de un rojo oscuro. Los sonidos que salian del violin eran casi inaudibles y, de hecho, no habia casi ningun sonido. Se oia cada tanto una leve pulsacion, metalica, cristalina y apagada, que inmediatamente se perdia entre el murmullo de la gente, entre el ruido del subte y las bocinas que anunciaban paradas, estaciones y proximidades. Tocaba, tocaba y no tocaba. Mas bien parecia estar haciendo una mimica, algun tipo de play back, parecia estar ensayando, y me recordaba a los niños que, caminando por la calle o sentados en un escalon, repiten metodicamente su leccion, murmurando como monjes. La violinista tocaba o hacia que tocaba, y sus chispas musicales se perdian entre las luces y las sombras del vagon en movimiento. El arco del violin, levantado en el aire, evocaba a las posturas rafaelianas o Leonardinas, una mano hacia el cielo, señalando lo sublime, otra hacia la tierra, recordando lo pasajero.
Luego de ese primer encuentro, volvi a verla muchas veces, siempre en el subte. Nunca la vi tocando propiamente, con el arco, como lo hace cualquier violinista, produciendo los largos chillidos o las vibrantes tonalidades tan propias del violin, nunca la vi ejecutar un solo detache, nunca un stacatto. El arco parecia cumplir solo una funcion estetica, liturgica, o simplemente magica. Siempre estaba extendido en alguna direccion, ya sea recto cual un obelisco, o oblicuo, como el florete del esgrimista. Y la violinista tambien, siempre hieratica, siempre silenciosa y sonriente. Nunca la vi pronunciando una palabra, nunca la vi hablar con alguien, nunca la vi levantar la vista. Parecia que el mundo no existia para ella, o al menos no se le imponia con la monotona violencia con la cual se nos imponia a todos los demas pasajeros. En efecto, luego de verla varias veces, comence a desplazarme del objeto a sus circunstancias, y de la causa a sus efectos. Deje entonces de fijarme en sus manos con uñas pintadas de bordo, o en la bufanda rojinegra que siempre llevaba (rojinegra a cuadros, llena de pequeñas pelusas multicolores) e incluso pude desembarazarme de la fascinacion que ejercia el hecho de nunca poder ver claramente sus ojos, tan rodeados como estaban siempre de pelo y de pestañas.
Atendiendo a las causas, note varias peculiaridades. La primera era que nadie le prestaba la menor atencion, cosa entendible por un lado, dado el maquina ajetreo del transporte publico porteño, y mas en horas picos, que era cuando yo viajaba, pero bastante raro por el otro, dado que no era nada normal una violinista que viajaba con el violin en una mano y el arco en otra (porque, en efecto, jamas la vi con un estuche, una funda o nada parecido)  y porque, uno podria suponer, un arco levantado en alto o apuntando hacia cualquier sitio, generaria bastantes accidentes o, si bien no accidentes, si muchos punzonazos molestos. Pero no. Nunca nadie choco ni contra el violin ni contra el arco de la violinista, y esto era sencillamente increible. Tal vez no lo parezca a simple vista, pero quien asi piense nunca ha viajado en el subterraneo de Buenos Aires. Uno viaja, por decirlo de modo elegante, cual salchicha embutida en su paquete, o como una bala en su recamara o, mas precisamente, como un escarbadientes en su frasco. Uno viaja sellado al vacio, sin espacio para moverse y sin aire y, para dar un ejemplo, no es nada raro tener que soportar una espalda en la cara, un codo en la costilla o un pie encima durante varias estaciones. En cada estacion, la subida y bajada de iracundos pasajeros genera, justo en las puertas, intensos remolinos, movimientos que son verdaderos caos centrifugos y centripetos, y entonces era sencillamente milagroso ver como, en cada oportunidad, nadie empujaba o apretujaba, nadie chocaba con ella o se ensartaba con el arco en las costilla o en la cara. No. Nada de eso. La gente simplemente pasaba a su lado sin tocarla, y uno podria creer que la violinista poseia una burbuja invisible o un campo de fuerza. Su falta de contacto fisico con el resto de las cosas era desesperante, fantasmal.
Otra del rarezas era que, en todo el tiempo en que la vi (llego un tiempo en que me la encontraba regularmente una o dos veces por semana, no importaba el subte o la hora en la que viajaba) no habia cambiado practicamente nada. La ropa era siempre la misma o muy parecida, aunque debo aceptar que, y este es otro misterio, no puedo recordar especificamente ningun conjunto. Se que en cada ocasion la ropa parecia la misma, pero no puedo precisar, si me lo preguntasen ahora, que ropa era la que usaba. ¿Debo culpar de esto a mi deficiente atencion, aun cuando en otros aspectos se me halla revelado como muy precisa? ¿o acaso hay otra causa, mas extraña, de este olvido? Solo puedo recordar detalles como la bufanda rojinegra, el pelo castaño que un dia aparecio teñido de mechones rojos, o el pañuelo negro que un dia llevaba atado en la cabeza como una gitana. Si recuerdo solo estos detalles es porque lo demas debio de pertenecer identico.
Claro que el principal asunto era la actividad misma de la violinista, puesto que decirle violinista es mas una cosumbre mia que una definicion real. En esto se presenta el mismo problema que en la Ratona Cantora de Kafka. Por ejemplo, la violinista jamas pidio dinero por su musica. Es cierto que, si lo hubiese pedido, nadie se lo hubiese dado, porque su "musica" era mas bien una mimica, una mimica que cada tanto soltaba algun pequeño sonido, una serie muy corta de imperceptibles tañidos. La observacion me demostro que estos tañidos no eran voluntarios, y que cuando la violinista efectivamente arpegiaba una cuerda, era porque la raspaba con la uña del dedo. El movimiento era mas bien de digipuntura, una presdigitacion propia del que practica. Movia los dedos lenta y armonicamente, rozando las cuerdas casi sin tocarlas. En ciertas oportunidades tenia yo una sensacion extraña. Era como si mirase a traves de un velo o me hundiera en el agua. En efecto, creia a veces que la violinista nos presentaba a todos nosotros algun tipo de enigma. Que en su figura, en sus poses de estatua viviente, en su imperceptible melodia, habia un mensaje cifrado, una alegoria, un misterio, algo propio para iniciados.
Una noche la soñe y, en el sueño, todo ocurria como en la realidad. Yo subia al subte, ocupado con mi vida y mis problemas, y al cerrarse la puerta y comenzar a andar el vagon, la veia contra la puerta contraria, entre la gente apretada. Entonces ella comenzaba (en realidad ya lo hacia desde antes) a tocar, y nadie oia. El subte viajaba por los tuneles y parecia un viaje normal, hasta que, al mirarla de nuevo, la vi como una delicada pero enorme araña patuda. Sus patas eran larguisimas y muy finas, y daban la apariencia traslucida del plastico. Parecian, en efecto, enormes pajitas ambar. Las patas llegaban practicamente hasta el techo del vagon, y ahi arriba, en el techo, estaba el cuerpo de la araña. Ocho ojos inexpresivos me miraban. Entonces escuche la cancion o, mas precisamente, la vi. Pero no era una cancion en absoluto, sino una tela, una red. Con sus patas delanteras, la araña realizaba un imperceptible frotarse y, de esta friccion entre sus patas, emergian hilos de una baba blanca y finisima, que lentamente, reptando por el suelo, se enrollaba en la gente. La gente parecia no ver los hilos o, si los veia, ignorarlos por completo. Esa noche me desperte con un enorme sobresalto y, al salir de mi casa esa mañana, tome el colectivo.
Luego del sueño, segui encontrandomela regularmente, varias veces a la semana o unas pocas veces al mes, no lo recuerdo, por un tiempo indeterminado. En todo ese tiempo, nunca me acerque a hablarle. A esto obedecian varias razones. Ademas del natural terror que me inspiraba (terror que solo era superado por la curiosidad), estaba tambien mi natural timidez, y lo poco propicio de la ocasion para entablar una conversacion. En efecto, hubiese tenido que pasar por encima de varias personas para llegar a su lado y, una vez hecho esto, ¿que hubiera podido decirle? Ni siquiera estaba seguro de que hablase español, pues nunca la habia escuchado decir palabra.
Pero no. No quiero engañarlos. Si en ese tiempo no me acerque a ella, es porque habia una razon mas profunda, una razon que oscilaba entre el miedo y la morbidez. En efecto, uno puede intuir esta causa de las observaciones anteriores. Esta era una sospecha que se me habia presentado casi imperceptiblemente, y que tomo forma un dia como cualquier otro. Si la violinista no chocaba con nadie, si nadie escuchaba la musica, si nadie le hablaba y ella a nadie, si nunca la vi subir o bajar del vagon, y si ademas la encontraba tan repetidamente, ¿podia ser entonces que la violinista existiera realmente solo en mi cabeza? Era una pregunta que, al mismo tiempo que se me antojaba absurda, me mantenia despierto por las noches. Habia noches (o tardes, o mañanas) en que me obligaba a recordar minuciosamente todos mis encuentros con ella, buscando pruebas, fenomenos, acciones que me certificaran su existencia externa. ¿No habia hablado acaso con ese señor? ¿Acaso no se habia corrido hacia la izquierda en Tribunales, con motivo de dejar pasar a otra señora? ¿No habia recibido un empujon en Callao? No. No y no. No no y no. ¿Pero acaso nadie la habia mirado? En todos esos viajes, ¿no habia captado yo otras miradas que, improvisada o casualmente, se topaban con ellas? Tampoco. O al menos era dificil decirlo. De cualquier modo, no habia seguridad. Y si no habia seguridad, entonces bien podia ser que la violinista fuese un producto de mi imaginacion, un producto de mi delirio. Habia solo una manera de comprobar esto: Hablar con ella. Aunque tambien era cierto que, si yo estaba loco, mis alucinaciones podian contestarme. No obstante, hablando con ella podria exponerla ante un tercero, o aunque sea tocarla, para comprobar su solidez, o la solidez de mi locura.
Llegue a esta conclusion pocos dias antes de mi renuncia en la empresa. En efecto, venia yo hace tiempo prepararndo mi salida, y esta ocurrio, como ocurren las cosas importantes, sin importancia alguna, de la noche a la mañana. En los ultimos dias, la violinista no aparecio en los subtes. Esto no era algo raro, puesto que podian pasar varios dias e incluso algunas semanas sin que apareciese. Yo la imaginaba entonces en otros subtes, en otras lineas. Siempre estaba la sensacion de que volveria a aparecer, asi como siempre esta la sensacion de que algun dia llovera, o de que el sol saldra mañana. Con el correr de los meses, la violinista se habia vuelto para mi parte de la rutina, si bien es cierto que era como una ventana o una puerta, es decir, algo que, pese a estar dentro de la estructura, supone una salida y, mas alla de ella, lo desconocido.
No aparecio en esos dias, y luego yo me encontre sin necesidad de viajar en los subtes, pues todos llevan al centro de la ciudad, y yo me hallaba muy comodo en mi barrio periferico. Años de viajar al centro me habian quitado todas las ganas de seguir utilizando el infernal subterraneo y, si bien es cierto que la violinista me intrigaba, tambien lo es que mi orgullo se resistia a buscarla. No queria tomar un subte solo por la estupida esperanza de encontrarla. De todos modos, el desenlace ocurrio unos meses despues.